Viernes, 04, Oct, 9:21 PM

MÓNICA BECERRA SILVA
Poetisa originaria de Cáhuil –radicada en Santiago- nos sorprende con su talento y parentesco con recordado y destacado payador Ponciano Meléndez, cuyo verdadero nombre era Juan Becerra Vargas.
Hemos recibido algunos trabajos literarios que nos ha llamado la atención y, más aún, sorprendido al saber que tras la autora, al averiguar, estaba nada más ni nada menos que una sobrina directa del desaparecido “pueta popular” y afamado payador nacional Ponciano Meléndez, fallecido en enero de 1995 en Rancagua, poco antes de disponerse a llegar a la radioemisora rancagüina en donde, cada sábado, salía al aire con el folclore.
En efecto, se trata de Mónica Becerra, quien al inquirirle información sobre su lugar de origen, cómo llegó a inspirarse en lugares que nos son comunes –como Pichilemu, Cáhuil, entre otros lugares- nos contó: “Nací en la casa de mis padres, en un lugar que encuentro tremendamente mágico, en febrero de 1961, en Cáhuil, localidad que se ha quedado pegada en la retina y cerebro. Es ahí donde empecé a desarrollar la rutina de escribir ya que el lugar me dio desde muy niña todas las señales, los elementos que estaban a la mano, en la naturaleza y las personas maravillosas con quienes teníamos contacto a diario en el pueblo para poder impregnarlos hoy en los poemas”.
Dándonos más detalles, esta poco conocida artesana en el arte de engarzar su poesía, nos dice: “También creo que hay algo de hereditario, considerando que soy sobrina del payador Ponciano Meléndez. Aunque él desarrollaba otra línea discursiva: La paya, siendo para mí una técnica muy difícil de dominar y yo una poesía reflexiva”.
Haciendo un paréntesis en lo que nos dice Mónica, debemos señalar que su “pariente cercano” –que en la vida real se llamó Juan Becerra- no solo incursionó en la PAYA, donde fue en sus tiempos varias veces campeón nacional. El tiene varias canciones registradas en el Derecho de Autor: hermosos vals y tonadas, entre otras. De hecho, sin restarle ningún mérito a otros autores que le han escrito a Pichilemu, Cáhuil, tiene un hermoso vals dedicado a la comuna pichilemina.
Siguiendo con Mónica, ésta agregó que “con justicia tengo que decir que debo mucho a la profesora Irma Bernales que en mi época de escolar en la Escuela de Cáhuil fue mi profesora con la que aprendí mis primeras letras.
“De hecho –en gratitud- también la menciono en otro poema. La escuela de Cáhuil, sigue siendo para mí un lugar mágico. Y el lugar mismo ya que me considero afortunada al reconocer que viví una niñez muy feliz. Posteriormente, nos trasladamos a Pichilemu al colegio Preciosa Sangre. Es ahí donde empiezo otra etapa importante. A Cáhuil y Pichilemu los amo con un amor profundamente enraizado”, indicó.
Mónica Becerra al seguir informándonos de sus pasos en la literatura, expresó: “Empecé a escribir más formalmente hace unos veinte años en los talleres literarios del Centro Cultural La Barraca de la comuna de La Florida. Ahí, de mano del poeta Amante Eledin Parraguez, pude encausar mis deseos de transmitir mis sentimientos en el papel. En esos tiempos –continúa Mónica- grabábamos para la radio Tierra parte de nuestros trabajos. Asimismo, participé en la revista literaria “Caliope” y “El Cohete”. Igualmente en tertulias literarias en distintos lugares entre ellos en la Sociedad de Escritores de Chile, SECH, lo que nos permitió recibir visitas de otros poetas a nuestro taller”.
Mónica termina su conversación con “pichilemunews” diciéndonos: “Dejé de trabajar hace un par de años para dedicarme a mi familia y pequeña hija. Y más adelante espero seguir a tiempo completo tanto escribiendo como a la pintura que es mi otra gran pasión y que, algún día, espero dar también a conocer”.
Mientras tanto, “pichilemunews” los invita a leer los trabajos que hemos recibido y que son parte de sus “Cartas blancas”.

Tristeza infinita
Caía la tarde, sumisa caía
ante la paz del cielo anaranjado
el diamante sol oscurecido
me hacía señas con sus manos;
y por la espalda lo agarró un cuervo.

Se escondió el sol con una suave sonrisa,
se escondió, pereció...
el crepúsculo enlutó mi alma
y la noche se acercó a mí.
Helada, me pidió auxilio,
la abrazé al calor de mi pecho.
Me la llevé a casa en el ángulo de mis manos.

Una danza de luz guió los pasos míos
por aquella serpentina de barro,
las fragancias de los pinos celaban mi presencia...
y el suave viento del mar me indicaba la casa.

¡Duérmete noche asustada!,
al arruyo de los grillos acompaño tu sueño.

Caía la tarde, caía, caía,
y la noche se acercó a mí.


(A TÍO JOAQUÍN)
El era,
de tan alta figura,
tan hermoso rostro,
tan añeja imagen,
tan gastada ropa.
Tan libre su cuerpo,
tan sola su casa,
tan grande alma,
tan espontánea pena.
En forma de cilicio le domó la nobleza
y sus sueños anclados,
quedaron en la acera,
un último suspiro,
testigo de niño
le llevó a los brazos
de la noche callada...
De espaldas en el lecho
de aquel suelo helado,
quedó por su boca,
bebiendo las nubes,
y en su mirada entrecortada,
alcanzó con estrellas hacer un rosario,
y mientras se iba
cantaba Ave María...

(A los amigos que ya han partido a los brazos del Padre)
Grande es la falta, grande,
la ausencia de un amigo
cuando ha dejado huellas marcadas en vivo;
y es que nos falta su aliento tibio.
Un amigo se ha ido callado y frío
y ha dejado en el camino,
grandes ríos.
Amigo en la conversa
y en la marcha de la vida
otro amigo no podría
llenar su vacío
e intento encontrar
tu voz en la mía.


Cáhuil Salinero

No sé por qué ufano recuerdo ...
te traigo en mi espalda pueblo viejo
de casas de adobes, monturas y zarzas.
Se nos han ido de a poco los años
y escucho en los arenales el viento
como los eucaliptus entre mi pelo negro
vagar como sombras sin apuros.
Te vigila el mar con su lucha
y te besa aquella laguna verde
, por tu sola calle camino yo
escondiendo entre tus hojas secas
mis pies cansados,
gastados mis ojos de ver lo mismo.
El cielo claro y quieto
suspende con sus hilos
unos jotes negros.
Te alegra un niño con su risa
y un anciano borracho llorando penas
te quiere y abraza a su modo,
golpeando algún recuerdo sucio
y acariciando tu salina brisa.

Por: Mónica Becerra