Domingo, 10, Nov, 5:43 PM

Fuente: www.pichilemunews.cl - 21.05.2020

- Hecho inédito en la historia comunal, ocurrido hace 45 años en la noche del 21 de mayo de 1975, hizo mirar al cielo a medio Pichilemu, escrutando las negras nubes que presagiaban una nueva noche de vientos y lluvias.
- Paralelamente, los pasajeros de un avión que había despegado de Isla de Juan Fernández con destino al aeródromo de Los Cerrillos, en Santiago, vivía angustiosos momentos tras haberse apartado de su ruta y no sabía dónde estaba, literalmente, si sobre el mar o sobre el continente. Con problemas de batería y sin iluminación a excepción del tablero de instrumentos afuera los negros nubarrones impedían visualizar algún indicio de que estaba próximos a algún pueblo o ciudad, hasta …..
- Tras una larga investigación de “pichilemunews”, logramos contactar a uno de los pasajeros que “se salvó junto a sus compañeros, el piloto y mecánico” y accedió a revivir esa traumática experiencia que, según confiesa, la revive mentalmente cada vez que conoce alguna tragedia aérea, sea donde sea que se produzca.
- El es, el arquitecto Gustavo Cardemil Dávila, quien nos relata en exclusiva el contexto del viaje y los detalles que a poco de despegar vivió segundo a segundo, hasta que los más negros presagios se disiparon, en lo que podría catalogarse como un verdadero milagro.
Acá su relato:

LA ESTADIA
Llevábamos cerca de un mes en la isla, cuatro funcionarios de CORHABIT Valparaiso, hoy SERVIU. El Sr.Tulio Garcés (QEPD), Carlos Concha, Carlos Wobbe y Gustavo Cardemil, alumnos de la Escuela de Arquitectura de la U. de Chile, Valparaíso, destinados a la Oficina de Cooperativas y encargados de coordinar el desarrollo del proyecto habitacional para la Cooperativa de Pescadores de Juan Fernández.

LA PARTIDA
Después de un viaje en bote de más de una hora, llegamos a la pista donde nos esperaba el Piper Cheroke, matricula CEY con su piloto Eduardo López, un mecánico, más nosotros cuatro pasajeros uno de los cuales había sido cadete de la FACH, quien apenas supo que no había suficiente espacio señaló que no se subía por cuanto era mala suerte tomar el lugar de otro y se iba en otro avión.
El piloto cargó combustible, nos subimos al avión, mientras Carlos Concha nos hacía gesto de hasta nunca más. El el piloto estaba molesto e impaciente, por cuanto la hora de salida programada era a las 17.00 horas y ya daban las 17.15 horas. Finalmente, el avión despegó a las 17.25 horas, elevándose y dejando la pista atrás.

EL VUELO
Ya en el aire, contacto radial y despedida hasta Santiago, me instalé detrás del piloto, pues no quería perderme nada de este viaje y atento a todas las conversaciones con la base en Los Cerrillos. Hora de salida 17.25, hora estimada de llegada 19.15.
Condiciones del vuelo, normal; motores 100% funcionando y noticias de posible frente de mal tiempo entrando desde el norte, precaución de altura y velocidad para adelantar entrada al continente.
Yo, que soy curioso, veía cada vez que el piloto daba posición, se prendía una luz intensa que en la medida de transmisión se iba apagando, ante lo cual empezó a emitir llamado de auxilio, a la Base de Los Cerrillos señalando desperfecto de comunicación y luego, llamado general Antofagasta-Puerto Montt, pues la lucecita se apagó, lo último fue “a quien logre escucharnos estamos en peligro”.
El mecánico en tanto le comunica al piloto falla del regulador de voltaje, razón por la cual no había energía para la radio ni para la calefacción que a esa altura veníamos con -2°, muertos de frio en la cabina. Eran las 18.00 horas. Oscurecía y pensaba que esto era una pesadilla, que iba a despertar en mi casa en la mañana.
El piloto insistía en usar la radio (sin lucecita) y pidió que intentáramos ubicar en el cielo al otro avión que también volaba a Los Cerrillos y que había despegado a pocos minutos de nosotros, para acercarnos, lo que era imposible en ese cielo estrellado. Después supimos que el otro avión escuchó el último llamado de auxilio, intentó comunicarse, pero nosotros no teníamos energía que permitiera recibir.
En el interior todo era oscuro. Solo el tablero con luces rojas en los instrumentos indicaban buena lubricación de los motores, presión aceite y otros, bencina disminuyendo y las chispas del funcionamiento de los motores, las luces de posición apagadas, un frio horrible. Pregunté al piloto ya que había escuchado sus mensajes de auxilio, cuál era la situación. Me contestó que complicada pues no sabía dónde estábamos. Por la hora deberíamos empezar a visualizar el continente, pero… estaba entrando debajo el frente de mal tiempo, que se apreciaba en lo oscuro del exterior, como un patio pavimentado de cemento gris y nada más y nos cubrió. Es decir, volábamos en total penumbra, pensé ¡quién me mandó a estar metido en este tete!, debería estar llegando a Santiago y juntarme con mi esposa de 6 meses de embarazo.
Pregunto a López qué hacemos y me dice que por la hora, las 19.30 deberíamos haber entrado al continente pero no sabemos dónde y que nos hemos desviado de la ruta de entrada por Santo Domingo.
Se dio vuelta en su asiento enfrentándonos y comentó que lo único que le interesaba era nuestra vida y llevarnos a buen puerto y que por favor conserváramos la calma pues su preocupación era la mejor manera de controlar la situación, para que no sucediera lo ocurrido en otro vuelo entre la isla y el continente en que aparentemente en un ataque de histeria de los pasajeros, el avión cayó al mar y nunca más se supo de ellos.
Mencionó que a lo mejor podría intentar entrar por ruta hacia Rapel y luego seguir sobre la carretera Longitudinal Sur hasta Santiago, imposible, pues no sabíamos dónde estábamos, no se veía nada de nada solo ruido de los motores y tambaleos del avión por el viento del frente. Le transmitimos nuestro compromiso de autocontrol y preguntamos qué podría ocurrir. Fue categórico…. -estamos muy complicados y no se qué hacer pues la situación es incontrolable y encomendémosnos a Dios.
Nos miramos entre nosotros, nos dimos un apretón de manos y nos despedimos con un sentimiento de impotencia de “hasta aquí llegamos, gracias por la amistad compartida”. Enseguida el piloto nos señala que va a dejar que el avión pierda altura y caiga donde caiga pues no se veía nada, no sabíamos si caeríamos en tierra, zona de bosques de pinos que nos harían pedazos o el mar en temporal que nos botaría a los roquerios si es que estábamos en el mar.
Pensé en mi funeral, el aviso de defunción en el diario ¿Cómo sería….quién lo pondría, mi familia? El club de rugby Old Mackayans avisando “tenemos el sentimiento de comunicar el fallecimiento de nuestro amigo y jugador…….” ¿quién hablaría y qué cosas dirían….? Amigos al encontrarse….¡supiste que murió Gustavo Cardemil en un accidente! ¿Qué le dirían a mi hijo por nacer y cuando fuera más grande ¡tu papá murió en un accidente de aviación y preguntaría ¿Cómo era?
En esos momentos, el piloto nos dice ¡hasta aquí llegamos y estamos hasta las masas!. Soltó la caña bajando la velocidad y se fue rápidamente abajo perdiendo altura, mi jefe Tulio Garcés empezó a quejarse con dolores de oído y Carlos Wobbe se hizo pipi en el asiento, yo aferrado al respaldo del asiento del piloto miraba asustado este paisaje gris como que estuviéramos sobre una calle pavimentada de cemento, el ruido de los motores y la inclinación del avión era tenebrosa………. Cuando de repente …… un agujero negro en las nubes le grito al piloto: ¡Eduardo allí!, toma la caña, endereza el avión y se mete por el agujero apareciendo sobre un poblado con sus calles vacías llenas de charcos por la lluvia, postes de alumbrado y casas. Exclama: ¡es San Antonio!.
Le comento, -es muy chico y no se aprecian buques y muelles, pasamos a baja altura nos internamos al oriente en un sector muy oscuro….son bosques de pinos. -Chutas, me digo. Hasta aquí llegamos, nos vamos a sacar la cresta entre los árboles, se hará pedazos el avión y se incendiará, nos buscarán durante algunos días y en los diarios la noticia en página interior … “encontraron avión perdido que venía de Juan Fernández, sin sobrevivientes. Los fallecidos, el piloto y mecánico, más tres funcionarios de Corhabit Valparaíso”. Foto de un bosque quemado y restos de un avión destrozado.

ATERRIZAJE en PICHILEMU
Ingresamos al pueblo a muy baja altura, nadie en las calles, en cada pasada el avión sobrevolaba hacia el oriente, torcía al sur y volvía por la costa hacia el norte apreciando el borde costero y cada vez que pasaba sobre las casas, aceleraba tres veces.
Pregunto al piloto de qué se trata y me comenta que es una señal internacional de emergencia en aviones pequeños. Yo pensaba …. si fuese un poblador, en un día de lluvia, con temporal, estoy en mi casa, a esa hora + ó - 20.30 de un día festivo y siento el motor de un avión pasar sobre mi casa a baja altura, sin luces que muestren de qué se trata, es muy difícil que tome alguna acción.
Después de varias vueltas, el piloto reconoce Pichilemu, pues había sido piloto de Ladeco y conocía el borde costero. Vuela sobre la rompiente de las olas que le indicaban el borde de playa, reconoce más al norte Topocalma.
Comenta que va a intentar entrar hacia Navidad y Rapel. Hicimos varias pasadas a baja altura y llegando hasta Topocalma se elevaba para pasar al norte a tan baja altura que se apreciaban las olas y hacia el oriente las luces de algunos autos en un camino costero a la altura de la cabina, en una de esas pasadas al norte, nos pilló la lluvia, se nubló completamente, nos elevamos saliendo hacia el poniente sobre el mar, con una luna preciosa y abajo, lo que yo comentaba, el camino gris de nubes que simulaban una carretera de cemento.
Estábamos otra vez complicados, pero………. en una de esas pasadas, aparece el agujero negro entre las nubes y se mete de lleno apareciendo de nuevo el poblado desierto, iluminadas sus calles, sin gente ni vehículos. López nos señala que la alternativa es aterrizaje forzoso en la arena. A muy baja altura recorre la playa reconociendo el borde pero …. otro problema, se repetía la playa en dos sectores, pues un estero nos desorientaba como un espejo de agua.
Decide López: lo más conveniente sería amarizar cerca de la playa y pide nos coloquemos los chalecos salvavidas, aligeremos la ropa que en el agua pesa, saquemos la balsa que estaba detrás de los asientos y prepararnos para el choque.
Nosotros estábamos sin zapatos ni pantalones, en puros calzoncillos, camisa y chaleco salvavidas.
Damos varias vueltas desde la playa al norte, volviendo sobre el estero hacia el sur, a muy baja altura, sin ningún movimiento en las calles y nos señala que en esa mancha oscura, al oriente de las casas, debería haber una pista, que en sus vuelos nacionales con luz, la había visualizado, pero de noche era inubicable.
Frente a esto volviendo desde el sur, nos da instrucciones del amarizaje, que no será como en las películas en que el avión flota, los pasajeros se bajan tranquilamente a la balsa y se van remando hasta la playa. No será así y nos puntea.
-Si primero toca un ala, el avión girará violentamente y se destrozará, cada uno intentará salir a la superficie como sea.
-Si es posible salir en ese instante, alguien trate de abrir la balsa, gritarse para ubicación e intentar juntarse.
-Si el avión entra de punta se irá directo al fondo, seguramente sin alas, lo que abre la posibilidad que el sector de la puerta quede abierto y por ahí intentar salir, juntarse cerca de la balsa y orientarse a la playa.
-Lo más seguro, dado el tamaño de las olas es que el avión sea alcanzado por alguna cresta de agua, destrozado y se hunda en la revoltura de las olas.
Damos la última vuelta para descartar definitivamente la arena como lugar de aterrizaje y en ese momento, a pesar de haber exigido a los compañeros que miraran con atención cualquier signo de orientación, le señalo a López que distingo una pequeña tenue luz al oriente de la playa que nos parpadea en el medio de la mancha oscura que visualizábamos desde el aire. De inmediato el piloto gira hacia allá y al pasar sobre el poblado, vemos que por las calles van vehículos de todo tipo, bomberos, carabineros, autos, camiones, motos y gente corriendo con linternas hacia la lucecita, que al pasar sobre ella distinguimos un auto iluminando un sector de la pista que no podíamos ver desde el aire.
Volvemos a tomar dirección norte sobre la playa y desde lejos apreciamos como los autos se van formando en fila. Se prenden fogatas con tambores de combustible, sacos, sábanas, manteles y todo tipo de elementos inflamables generando un porcentaje de la pista iluminada por un solo lado. El piloto nos da instrucciones para el aterrizaje; al mecánico, apenas toque suelo las ruedas corte el contacto para evitar incendio si es que se produjeran daños, los pasajeros se inclinen hacia adelante tomándose de los tobillos y permaneciendo agachados, el mecánico debe patear la puerta apenas aterricemos de tal manera podamos salir y que sea en orden desde el que esté más cerca hasta el más lejos (que era yo) que venia detrás del asiento del piloto López.
Como Uds. comprenderán, este momento para todos era único y yo no me lo iba a perder …. Permanecí sentado sin agacharme y vi claramente el momento que tocamos pista, las luces y fogatas a la derecha del avión y lo peor, que solo estaba iluminada menos de la mitad de la pista. El avión se dio tres “patitos” y se fue de un viaje derechito hacia el fin de la pista, sin desviarse nada a pesar del barro ni inclinándose hacia el costado de tierra ……y las casas se nos venían encima pues con la velocidad en tan poco trecho era para un desastre……., pero “el Flaco de allá arriba” que se había concertado con la población de Pichilemu, nos dio una mano.
De repente el avión se clavó de punta quedando apoyado en su nariz, el mecánico pateó la puerta y saltó, el piloto sentado hacia la salida nos conminó a saltar. Sale Carlos Woobe, mi jefe no podía soltar el cinturón de seguridad por los nervios, me tiré un piquero sobre el ala, vuelta de carnero sobre ella y al suelo, en eso sale el Jefe y el Piloto López gritando que nos alejemos por el riesgo de incendio.

EN TIERRA PICHILEMINA
Fuera del avión la visión era terrible, clavado de punta en el barro, fuerte viento y lluvia, todo oscuro salvo el costado de la pista, parados en el barro a pie pelado, en calzoncillos, con un chaleco salvavidas amarillo. En eso, aparece un furgón de carabineros con las luces prendidas, se baja una persona gritando con una identificación en la mano ¡No se preocupen, ya están en tierra. Soy de la DGAC (Dirección General de Aeronáutica Civil), se lo que es esto ….
Nos subimos al furgón llenos de barro y nos alejamos lentamente sin perder de vista el avión clavado de punta y a solo 100 metros de la calle que separa la pista de las casas. Nos bajamos frente al Hangar mientras la gente nos saludaba asombrados de las langostas que se salieron del saco y caminaban en el piso de cemento del hangar. Nos hicieron subir a unas sillas, cinco personas en calzoncillos, semi piluchos, con chalecos, parados frente a la gente. Llega un oficial de carabineros con una máquina de escribir y empieza a escribir: ”Hoy 21 de mayo del 1975, siendo las 20.45 ha aterrizado el avión matricula CEY ……….piloteado por ….. y como pasajeros los señores……….. todos ilesos quienes vienen desde la Isla de Juan Fernández……………
En eso entra un señor con una caja de champaña. Se presenta y es nada menos que el Alcalde (Mario Urrutia Carrasco, en esa fecha), y dice que hay que celebrar el nacimiento de estas 5 personas, pues después de lo apreciado, es una verdadera vuelta a nacer. Y agrega: “Desde hoy son hijos ilustres de Pichilemu”.
Cuando señalo mi nombre, se acerca otro señor quien se identifica como ex regidor (estábamos en 1975) Sr. Echazarreta y propietario de un Motel junto a la playa, me pasa un juego de llaves señalando que por favor alojemos allí, que a pesar de estar cerrado por la época, feriado y lluvia, dispongamos de él, me señala al oído que al identificarme, reconoce conocer a mi padre, ex diputado por Valparaíso.
Ya en el interior del salón comedor, nos abrieron el bar, un picoteo y desperté al otro día en la mesa de billar, no se cómo llegue hasta allí, pero que dormí como nunca, fue así.
Temprano al otro día, salgo mirando la playa, aprecio que es un lindo y asoleado día, el mar que bordea la playa con olas importantes, veo a Eduardo López limpiando sus zapatos del barro de la pista y me comenta…… que no teníamos ninguna posibilidad de sobrevivir frente al fuerte oleaje y añade que nunca vio la copa de agua que está como a unos 100 metros del motel y que hemos tenido mucha, mucha suerte de estar vivos.
Llega el Sr. Lino Vargas, el funcionario de la DGAC y cometa que trabaja en la Torre de Control del Aeropuerto El Tepual de Puerto Montt, y que en días recién pasados se encontraba en un curso intensivo en Santiago y que por una sobrecarga de trabajo le vino stress para lo cual lo enviaron a Pichilemu con licencia para su descanso y recuperación; agregando que “anoche me encontraba jugando brisca cuando escuchó el ruido de un avión, lo que me pareció extraño, pues en un día como ayer, de fuerte temporal de lluvia y viento a esa hora cercana a las 21.00 era imposible que un avión estuviera volando. Al sentir nuevamente el motor sobre las casas, me levanté corriendo a buscar mi auto y fui hacia los bomberos y carabineros solicitando ayuda. Y de ahí me dirigí a la pista e intenté en el trayecto que otros vehículos me siguieran para indicar como lugar de aterrizaje. Me siguieron algunos y allá les pedí estacionar al borde de la pista, mientras van llegando el resto de los vehículos”, los que nosotros pudimos distinguir desde arriba.
Al día siguiente, el jefe de Estación de FFCC nos atendió amablemente. Sacó una botella de Don Eduardo de la Viña Macaya, brindando con nosotros mientras esperábamos el tren que nos llevaría a San Fernando y luego el Automotor a Santiago.
En nuestro trabajo nos dieron un mes de licencia médica para recuperarnos y nunca más he logrado olvidar minuto a minuto lo vivido y cada vez que me entero de un accidente de avión, me recuerda lo que deben haber sentido las victimas que fallecen, con la diferencia que estoy vivo.

EPILOGO
Hoy tengo una cabaña en el sector Catrianca (Medialuna) entre Cáhuil y el pueblo, frente a Punta de Lobos. Mi hijo arquitecto me convenció hace años de volver a este lugar, ya que es surfista y que sería bueno para mi vejez revivir esta experiencia, que cada vez que vamos al pueblo, al pasar por la pista, recuerde lo importante que fue la gente de Pichilemu el 21 de mayo de 1975. En tanto, el diario La Tercera, una semana después del accidente, tituló en 1ª página “Un regalo de Dios”.

Fotografía: GCD