
Fuente: www.pichilemunews.cl – Por: Mario Isidro Moreno (*) – 22.11.2025
El padre de los Salinas (con capote militar) mostrando un puma cazado en los alrededores
Cuando vivíamos en la punta de La Lajuela, recuerdo que, periódicamente, viajábamos con mi mamita Olegaria en las micros de Marín o Lucho López a Santa Cruz, con el fin de realizar algunas compras, a veces donde los Sainz o los Lucero y, de paso, a la Farmacia Alliende para adquirir dos cosas que no me podían faltar: mis alimentos “Niñosan” o “Vitalmín”, y, un par de chupetes de entretención.
Terminadas esas diligencias, me decía:
-Ya mi negrito. Ahora vamos para que se corte el pelo donde su padrino Efrén Salinas.
La peluquería de los Salinas, parientes de mi madre, estaba ubicada en Rafael Casanova, frente a la calle O´Higgins.
En ese lugar estaba originalmente el Cuartel de los Azules, policías fiscales a cuya dotación pertenecía el padre de los Salinas. Actualmente la construcción la ocupa Radio Éxodo.
Posteriormente, cuando ya los Policías Fiscales tuvieron su propio cuartel, el inmueble fue ocupado por la familia del funcionario.
El policía tenía tres hijos: Segundo, el peluquero y aficionado a la Astronomía; Efrén, mi padrino, trabajó en una fábrica de sombreros en Santiago y luego en Iquique, pero terminó haciendo escobas en Santa Cruz. También era muy fanático de la pesca. Un tercero, fue ingeniero y trabajó en la minería.
En conversaciones sostenidas en uno de mis viajes a Santa Cruz, supe que a esta familia los apodaban cariñosamente, “Los Pucho Apagados”.
El apodo habría sido porque a los clientes que ingresaban a la peluquería, no se les permitía, por ningún motivo, que fumaran en su interior. Si alguien quería cortarse el pelo, tenía que “apagar el pucho” antes de entrar o bien ir a fumar afuera.
Por esta razón, los “pelucones” obedecían y apagaban su pitillo, sean Ideales, Particulares, Ópera y hasta los artesanales confeccionados con tabaco y envueltos en papel de arroz, los más pudientes o los más humildes con hojas de choclo.
Esto último, me hace recordar a mi madre, sentada en un piso de madera con asiento de totora, “sobando” con un cuchillo, algunas hojas secas y más tiernas de los choclos, las que cortaba y ponía junto al tabaco en una caja metálica, como la que se guardan los botones, a la que llamaba su “cerolillo” y que, sin nunca olvidarla, la acompañaba en todos sus viajes por la zona y hasta la capital.
Esa es la historia de los “Pucho Apagados”.
A mí, me la contaron…
(*): Escritor e investigador santacruzano, radicado en Punta Arenas desde el año 1967.
Fotografías: Archivo MIM.
































































































