
Fuente: www.pichilemunews.cl – 02.04.2025
– Después de ver -el viernes 28 pasado- el documental “El surf, Antes del surf” creado y emitido por el Canal PichilemuTV.org dudas y más dudas.
– Esa es la sensación que nos quedó, incluso tras intentar -con el protagonista central- aclarar partes de su relato.
– En el surf -para ser justos- los créditos al gringo de nombre desconocido, a la troupé liderada por Álvaro Abarca, y a nivel local a Iván Reyes, como uno de los primeros en subirse y surfear en una tabla de surf. Esto es historia, después todos los demás ….
El anunciado documental promocionado por el Canal PichilemuTV.org y que también difundimos, lo vimos prácticamente en primera fila en la sala que se habilitó en la sede del canal pichilemino, ahí en calle Ángel Gaete esquina de O’Higgins, residencia -en su momento- del agricultor y empresario Armando Caroca Rojas, quien fuera regidor y alcalde en el período 1944-1949, en aquellos años en que nació el periódico “PICHILEMU” y en el último año de su gestión, el autor de estas letras.
Al menos, el lugar tiene una historia, pero si bien el intento de abordar un hecho -anecdótico, más que histórico- es un mérito que hay que destacar, en nuestro caso dejó plantadas algunas dudas que, definitivamente, los hechos relatados por el pichilemino Gustavo Calderón González, nos llevan más bien a constatar que son hechos anecdóticos, que coinciden de cierta manera con otros y que -sí- causan admiración.
Para que se entienda, o al menos se sepa de qué estamos escribiendo, es necesario decir que, a principios de los años ’70 ocurrieron algunas cosas y hechos relacionados con el deporte que, por el día de hoy Pichilemu es más conocido en el mundo, que por ninguna otra cosa y hecho: por el surf.
Un deporte que, incluso ni siquiera en el cine -al menos en Pichilemu- acaso se exhibió antes de esa fecha una película donde aparecieran escenas de ese deporte.
Gringo barbón
Pero, a la fecha se sabe fehacientemente -por la serie de testigos pichileminos- que por esas fechas se vio por varios meses a aquel personaje que tantas veces lo hemos descrito: “un gringo alto, desgarbado, barbón” que diariamente se veía caminando junto a una larga tabla, con short de baño, camino a la playa o de regreso de ésta.
Cada pichilemino que lo veía, preguntándose para qué era ese artefacto. Y, unos pocos -como el pichilemino Carlos Muñoz- que se hizo amigo y acompañó -según nos ha relatado- a sus sesiones de surf donde el gringo se paraba y estaba largas horas en “puro cuero” (sin traje especial para surfear) surfeando, desafiando las olas y capeando estoicamente el frío del agua.
Ese gringo, cuyo nombre nunca lo precisó Carlos Muñoz, quien no lo registró en papel, menos en su mente que -en esos años, pese a estar mucho más joven, no pasaba muy lúcido- estuvo por años en el inconsciente de muchos otros jóvenes que lo vieron, al menos caminar con su tabla, ya hacia la playa, o camino a donde estaba residiendo.
Nosotros, por estar estudiando fuera de Pichilemu no lo vimos, pero años después supimos de su existencia. Y, el hecho de que posteriormente en los años ’80 aparecieron los cuatro surfistas y aventureros chilenos, liderados por Álvaro Abarca, más los hermanos Miguel y Cristian Mandry, y Patrick Irarrázaval, a todos los cuales sí conocimos; nos llevó a profundizar y querer saber más de aquel gringo barbón de los años ’70.
Conversando con uno y otro pichilemino de la época, ocurrió que al tocarle el tema del gringo surfista -por primera vez- y preguntarle si el sabía de esa historia, sorprendentemente respondió que sí.
En efecto, nada menos que su madre -la señora Delia Moreno de Sánchez- le había arrendado una habitación por varios meses.
Ante lo que parecía imposible, mi amigo Juan Sánchez al recordar dijo que no se acordaba de su nombre, tampoco de qué ciudad de Estados Unidos, ni a qué se dedicaba o qué profesión tenía. ¡Nada!, pero si coincidía en los rasgos físicos que recordaban los demás pichileminos.
Más aún, quedamos sorprendidos cuando dijo que se habían tomado una foto junto al gringo y a su hermano Reinaldo.
¡Guaauu!, eso es extraordinario. ¿Y quién tiene esa fotografía? Le inquirimos.
Creo que una de mis hermanas la guarda, respondió.
¿Y la puedes contactar ahora para saber de una vez, si ella u otra hermana la tiene guardada?
Juan miraba con una cara de por qué tanta urgencia …
Y antes de que lo preguntara, le dije que con esa foto se podían “despejar” muchas dudas.
Algunos no creen de la existencia de ese pionero surfista, menos de la descripción que se ha dado, etcétera, Con la foto, quizás se pueda dar con él …. ¡Es importante!, le repliqué.
Estos hechos ocurrieron en el transcurso del año 2014, en el corazón mismo de La Bolsa en calle New York, en las oficinas de Tanner (Corredora de Valores), donde Juan trabajó por cerca de 40 años.
Juan, se sonreía ante mi insistencia, mientras toma su celular y empieza a buscar a una de sus hermanas entre los contactos. Me dice aquí está y le marca.
Después de saludarla, le cuenta que está junto a un amigo y que salió el tema del gringo surfista y le pregunta, ¿tú por casualidad tienes esa foto que nos tomamos con él, junto con Reinaldo …?
Y la respuesta es positiva. Que la tiene y buscará para enviársela ….
No pasaron muchos días y Juan me hizo llegar la foto. Ahí tal cual lo recordaba, aparece el gringo acompañado de los hermanos Juan y Reinaldo Sánchez Moreno.
Un día o dos pasaron para darla a conocer, por primera vez, esa imagen del gringo barbón, el surfista que -hasta ese momento- era una incógnita. Muchos surfistas, años antes, al conocer la historia no la creían, dudaban de la existencia de ese primer surfista que había llegado a Pichilemu, un aventurero que nunca -quizás- imaginó que ahí encontraría olas para practicar su deporte favorito.
Llegó a la costa pichilemina en un tren, en la noche …
“Cuando lo vi llegar en el tren de la noche y miraba para todos lados, si saber qué rumbo tomar, me acerqué y me costó entender que necesitaba un lugar para dormir. Me dio a entender que estaba muy cansado y que lo llevara a un Hotel cercano. El más cercano era el Hotel “Luxor” a unos 150 metros de la Estación. Y se lo dejé a la señora María, mientras el gringo me dio una moneda de 1 dólar”, nos contó Carlos Muñoz en una de las conversaciones, donde nos decía que también había trabajado de “cortero” (*).
¿Surfista?
Gustavo Calderón González (en la actualidad de 65 años aproximadamente) en el documental citado y en la entrevista que le hicieron en directo en el estreno de el “El surf, Antes del surf” -hay que decirlo- nunca dijo que él ni sus amigos surfeó en Punta de Lobos con rudimentarias tablas que se le ocurrió hacer como él describió y mostró ante las cámaras. Siempre, repetidamente dice que jugueteaban con las tablas y que muchas veces quedaban “moreteados” con los golpes que se daban con ellas. Si dice, que como eran tablas de raulí y con el agua quedaban muy pesadas al principio, después empezaron a pasarle vela y ponerle cera de abeja, para que no absorbieran agua y se desplazaran mejor en el agua.
Todo ello ocurrió durante tres años seguidos. Del ’71 al ’73, pues ya en el año 1974 contó que se fue a estudiar a Santiago. Y de ahí con un oficio aprendido se fue a Chillán a trabajar en actividades en el campo. En su relato -precisó- que nunca volvió a ir a Punta de Lobos con sus amigos de infancia.
Cabe señalar, que pese a que entre el año 1971 y 1972, primero se hizo la Avenida Costanera y luego el camino a Cáhuil y la entrada a Punta de Lobos; siempre -en el relato- contó que durante tres años en la temporada de verano fueron casi todos los días a Punta de Lobos en la camioneta del papá de sus amigos. ¿Por qué casi todos los días? Pues el padre de sus amigos era fanático de la pesca. Entonces, el padre de sus amigos partía con ellos en su camioneta y los dejaba a la altura del Rancho Pinares porque -según indica- el camino llegaba hasta ahí. Y tanto el papá seguía a pie para llegar a la altura de la laguna El Perro y de ahí seguía a la playa a pescar corvinas (que recalca, había muchas, pescando en una ocasión como 25 corvinas). ¿Cómo las trajo solo a la camioneta, un tramo de a lo menos 3 kilómetros?
Mientras el “pescador” pescaba corvina, ellos estaban horas en la playa jugando en el agua, con sus tablas, hasta que debían juntarse en el Rancho Pinares, para devolverse a Pichilemu. Un paseo que durante el verano hacíeron seguido, durante tres años.
Ni en el relato, ni en la entrevista en directo que se le hizo al protagonista, se le preguntó en qué años aconteció esa experiencia.
Tras la exhibición, y ya afuera del set hubo un momento en que conversamos con el protagonista de esta historia y, como relató que no había camino hasta Punta de Lobos, en circunstancias que se hizo, precisamente, en esos años, esas dudas quedaron abiertas; pues ante ese alcance, insistió que no había camino ni a Cáhuil ni a Punta de Lobos.
De acuerdo con las edades que tenía a esas fechas, indicó que él tenía 13 años.
¿No precisó cuándo empezó a vivir esas experiencias, o cuándo dejaron de ir?
Imaginémonos que tenía 13 años el año 1971 (en el mejor de los casos) y 16 el año 1973.
Es pertinente o no preguntarse si una familia en esa época, en un pueblo chico como lo éramos, tradicionalmente conservadores en la forma de pensar, aprehensivos los padres en general, ¿resulta coherente que permita que uno de varios hermanos (eran ocho, entre hombres y mujeres) fuera de paseo y viviera prácticamente todo el verano en casa de sus amigos que conoció por casualidad?
Hacia el final de la entrevista -ya concluido el documental- Gustavo Calderón aunque no aminora las dudas, da un dato importante. Dice que, como eran tan chicos, inocentes, con los años, se casó con una hermana de sus amigos; dando a entender que en esos años -en que ocurrieron esas experiencias en el agua- jamás hubo un indicio que apuntara a que terminaría casándose con una hermana de sus amigos de aventuras.
Por otra parte, en el documental hay testimonios de hermanos del protagonista, también un primo, como de un amigo (y a la postre, cuñado) que vivió esos momentos, que corroboran que Gustavo hizo tablas con formas parecidas, sin saber nada de surf, ni que existía ese deporte. Dos de sus hermanos dijeron que, aparte de verlo hacer las tablas, muchas veces lo vieron trasladar las tablas a caballo cuando partía a Pichilemu.
¿Conexión?
Gustavo cuenta que después de años, al retornar a Pichilemu desde Chillán, empieza a saber del tema del surf en Pichilemu, sus historias, cómo y cuándo llegó; y ahí quiso contar “su historia” y, paralelamente, intentó rescatar esas “tablas” olvidadas; las cuales encontró maltrechas en la vieja y abandonada casa que sus padres usaban, cuando ellos eran parte de los trabajadores del Fundo “Alto Colorado” en donde habían nacido todos sus hermanos.
Si bien, reconoce Gustavo -como sus hermanos entrevistados en el documental- que desde chico era inquieto y estar siempre haciendo cosas, como el ejemplo de las tablas, junto con trabajar por años en labores relacionadas al campo, volcó sus capacidades y talento en hacer figuras metálicas con desechos de maquinarias agrícolas.
Fue precisamente a través de este talento que lo ha llevado a exponer en el Centro Cultural Agustín Ross, cuyas obras escultóricas conocimos hace algún tiempo -y que dimos a conocer en nuestro medio- lo que fue también, de cierta forma, un primer paso para que su historia saliera a flote.
De hecho, ahí se le prestó atención y espacio para que el protagonista del documental exponga en esas dependencias lo que queda de esas “tablas” que traviesos niños -desde el año 1971 al año 1973- usaron para chapotear y subirse de guata en las tablas en las aguas de la playa de Punta de Lobos.
Pero nunca “surfearon”, ni se acercaron a las olas, como reconoce.
El surf -aunque nunca lo hemos practicado, ni menos a estas alturas- es “surf”: pararse en la tabla, correr las olas, conduciendo la tabla, maniobrando, etcétera.
Lo demás, juegos de “adelantados” niños que -para darles un crédito- serían a lo más, precursores de “body board” en las aguas pichileminas.
En el surf -para ser justos- los créditos al gringo de nombre desconocido, a la troupé liderada por Álvaro Abarca, y a nivel local a Iván Reyes, como uno de los primeros en subirse y surfear en una tabla de surf.
Esto es historia, después todos los demás ….
(*): Ayudar a los pasajeros con sus atuendos (maleta, mochila, paquetes, bultos) y ganarse una propina por ello.
Fotografías: Redes Sociales/Archivos “Pichilemunews”.
