
Fuente: www.pichilemunews.cl – Por: Mario Isidro Moreno (*) – 23.11.2025
Corría el año 1945.
La brisa, un tanto fuerte, pulsó las finas acículas de los pinos de nuestra casa ubicada en la Punta de La Lajuela, obteniendo de los árboles del pequeño bosque un triste sonido que parecía un lamento de despedida.
Los trabajadores que había enviado don Octavio Mujica, dueño de la construcción, nos colaboraban en cargar tres carretas que serían las encargadas de transportar nuestros enseres hasta Santa Cruz, en una mudanza que nos hacía abandonar ese viejo y tradicional inmueble que habitáramos tantos años y que se ubicaba en la punta de diamante de las rutas hacia la Cuesta una y la otra hacia la mina de cal.
Mi padre, Manuel Salvador Salinas González, primero cuidador de El Molino y luego experto carpintero mueblista que trabajaba para el fundo, había fallecido trágicamente dejando a su esposa, mi madre Olegaria del Carmen Salinas, viuda y con cuatro hijos adoptivos, yo entre ellos.}
Quedaban en esa casa numerosos recuerdos de una niñez dichosa, donde comencé a aprender las primeras letras en la escuelita ubicada al pie de la cuesta, en donde, entre otras cosas, obtuve por una parte felicitaciones por haber ganado un concurso de cueca y por otras reprensiones por las “cimarras” que alguna vez hicimos con algún compañero de curso, evitando asistir a clases.
Ya las carretas estaban cargadas y los bueyes enyugados, listos para iniciar el viaje.
Mi madre, con lágrimas en los ojos se despedía de aquel lugar que había compartido con su “negrito”, acariciando de paso sus crisantemos y hortensias que adornaban y perfumaban el jardín.
Yo, me despedía de la “casita” o “excusado de cajón”, baño construido sobre un pozo negro, cuya puerta era un gangocho de cáñamo obtenido de un saco papero. Lo hacía porque mi hermano mayor, para que yo dejara el chupete de entretención, me engañó diciéndome que lo lanzara al fondo de ese orificio para que, al sembrarlo allí, al año siguiente tuviera un árbol con muchos chupetitos. Aún espero esa mata.
Las salomas y gritos de los carreteros hicieron avanzar los vehículos en uno de los cuales íbamos mi mamá y yo, sentados en la carreta, cercano al pértigo apoyando la espalda en una máquina de pie, para coser marca, Singer, donde mamita hacía sus costuras.
Desfilaban a nuestro paso, aquellos panoramas que dejábamos para siempre: los esteros en los cuales nos bañábamos en tiempos de calor, cobijándonos bajo la fresca sombra de los sauces, con cuyas ramas nos hacíamos verdes coronas que ceñíamos en nuestra frente. Observábamos los campos arroceros y los puentes con diferentes nombres: el Negro, el Corto, el Largo, en ese tiempo construidos con burda madera que el uso constante había ido deteriorando y cuya superficie mostraba algunos orificios en la madera carcomida.
Al cruzar una de las viejas pasarelas y asustados por el sonido ronco que producían sus pezuñas, aterrorizados por esas aberturas que les mostraban las aguas que corrían bajo el viaducto, los animales de nuestra carreta se negaron a avanzar y a pesar de los golpes propinados con la picana por los carreteros, no obedecían a continuar y muy por el contrario retrocedieron alarmados. Una de las ruedas del vehículo, cayó hacia el profundo declive que existía antes de ingresar al puente y los bueyes, en su esfuerzo por evitar un mal mayor, rompieron el yugo y el vehículo, con pasajeros y carga, nos fuimos hacia el fondo que, afortunadamente, estaba tapizado de zarzamora que aminoró el golpe.
Costó rescatar todo y sacarnos de allí, pero pudimos por fin continuar viaje, arribando por fin a nuestra nueva casa.
Esta vivienda, se encontraba en la entrada oriente de Santa Cruz, frente al “Escuadrón” de Carabineros y en el lado poniente del estero Guirivilo, donde nuestra progenitora para contar con un ingreso familiar, instaló prontamente un pequeño y humilde boliche de menestras, que por ningún motivo pretendía competir o dañar las ventas de los grandes comerciantes de la época, como eran los Sainz, los Lucero, los Hevia o los Díaz.
Y, de esta manera concluyó la aventura de nuestra mudanza en carreta desde La Lajuela a Santa Cruz.
NOTA: En la foto, el autor, frente a su antigua casa en la punta de diamante de la ruta hacia la cuesta y en dirección a la Mina.
(*): Escritor e investigador santacruzano, radicado en Punta Arenas desde el año 1967.
Fotografías: Archivo MIM.
































































































