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“¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?”

Fuente: El Rancagüino online – Por: Mario Noceti Zerega – 25.12.2022

Esta fue la pregunta que hicieron los sabios venidos de Oriente a Jerusalén en los días del rey Herodes. (Mateo 2, 1-2) “Hemos visto su estrella y venimos a adorarle”. En su obra “La Infancia de Jesús”, (Planeta, 2012) Benedicto XVI nos dice que “los hombres de los que habla Mateo no eran únicamente astrónomos. Eran “sabios”; representaban el dinamismo inherente a las religiones de ir más allá de sí mismas: un dinamismo que es búsqueda de la verdad, la búsqueda del verdadero Dios, y por tanto, filosofía en el sentido originario de la palabra”. (Op, cit. Cap. IV) Si bien no han faltado los exégetas que han puesto en duda este episodio de los sabios, magos o astrólogos que aparecen en  el segundo capítulo del evangelio de Mateo, Benedicto XVI cita a un astrónomo vienés que descubrió tablas de terracota con escritura cuneiforme en la que con certeza se demuestra la conjunción astral de Júpiter y Saturno en el signo zodiacal de Piscis que tuvo lugar en los años 7 – 6 a. C. La conjunción fue calculada por sabios de Babilonia. Sabemos, a ciencia cierta, que nuestro calendario adolece de un error. Está atrasado en 6 ó 7 años. Va más allá en sus consideraciones Benedicto XVI. Nos dice que, además del fenómeno sideral, esos sabios estaban movidos por una fuerza interior y espiritual y seguramente, a esa “cierta inquietud interior”, que los puso en marcha, mensaje de la estrella, coincidía con algún vaticinio que estaba en circulación en esa época. El Papa alude a la profecía de Balaán (o Balam) la que transcribimos para mejor comprensión: “Lo veo, pero no ahora; lo contemplo, pero no de cerca. Alzase de Jacob una estrella, surge de Israel un cetro…” (Números 24, 17).
Podríamos detenernos en el tema de la estrella. Benedicto XVI lo hace magistralmente en el “cuadro histórico y geográfico de la narración”, (Cap. III de La infancia de Jesús) pero, como dice S. Juan Crisóstomo, (344-407) citado por Benedicto, “Que esta no fuera una estrella común, para mí incluso que no fuera siquiera una estrella, sino un poder invisible que había tomado esa apariencia, me parece consecuencia sobre todo de la trayectoria que había tomado. En efecto, no hay una sola estrella que se mueva en esa dirección”. En la narración de Mateo, tenemos pues un elemento misterioso, la estrella, tres personajes enigmáticos (no sabemos a ciencia cierta de dónde eran o venían) tres regalos misteriosos que los Padres de la Iglesia descifran queriendo que el oro simbolice la realeza de Cristo; el incienso su divinidad y la mirra su humanidad y su Pasión. Por último, tenemos un niño que para estos sabios es el Rey de los judíos. (Pilato pondría este título sobre la cruz: Iesus Nazarenus Rex iudaeorum cf. Juan 19, 19) Ya en Jerusalén, este Rey de los Judíos se identifica con el Mesías. Consultadas las autoridades religiosas, estas informan a Herodes lo que las Escrituras dicen. Los sumos pontífices y los escribas, en palabras del Papa Benedicto, dan a conocer “una  sentencia compuesta con palabras del profeta Miqueas y el Segundo Libro de Samuel; Y tú Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá, pues de ti saldrá un jefe (cf. Miqueas 5, 1) que será el pastor de mi pueblo Israel. (Cf. 2 Samuel 5, 2)”

“Hemos visto su estrella”. Hacia el final de su vida pública, el mismo día de su entrada solemne en Jerusalén, cuando ya es caída la noche, Jesús habla de la luz. “Yo he venido como luz al mundo para que todo el que cree en mí no permanezca en tinieblas”. (Juan 12, 46) Un año antes, en el templo, después de la Fiesta de los tabernáculos había dicho Jesús: “Yo soy la Luz del mundo”. (Juan 8, 12 y sgtes.)
Como esos sabios, astrólogos o magos, nosotros hemos visto su estrella. Hemos visto la luz de su estrella. Nos ha faltado esa fuerza interior para ponernos en camino hacia la luz y hacia la verdad.
En estos días en que, a pesar de los decorados, las iluminaciones costosas y competitivas, los “árboles” de navidad, las secuencias interminables de villancicos que se oyen pero no se escuchan y que nadie es capaz de cantar, a lo mejor todavía divisamos la Estrella, su Estrella.
Y vemos con pena como después de haber viajado todo el año, los “sabios”, pues eso nos creemos, preguntamos: ¿Y dónde están mis regalos? Pues he visto en el calendario que ya es Navidad y espero que me regalen algo que me guste, porque yo me lo merezco. Las preguntas que hace brotar la ira por el disgusto o porque no fueron los aguinaldos como esperábamos, las omitimos.
Hemos visto su estrella. Dicen que los tres magos, reyes, o lo que hayan sido, representan las tres edades del hombre. Me invade una tremenda duda. ¿Hemos visto su estrella?
Porque veo a los niños –primera edad- y no sabrían contarnos quién es Jesús, ni quién es María, ni quién es José. Ni siquiera preguntan dónde queda Belén y tampoco se dan el trabajo de buscarlo en internet, que es la sabiduría que guía a este mundo.
¿Hemos visto su estrella? Ni siquiera tendrán tiempo de preguntárselo los jóvenes – adultos. Están demasiado ocupados, estresados, acelerados, compitiendo, empujando, calculando, comprando, vendiendo, viajando, concursando, disfrutando de esto o aquello… No. No hay tiempo para mirar al cielo.
Por último, están aquellos de la tercera edad. Añorando las navidades pasadas o peor, maldiciéndolas. Quejándose de la soledad, del abandono, de la pobreza, de  los achaques… Sin ánimos para hacer una oración, sin ganas siquiera de contestar el teléfono, aburridos frente a una pantalla que trasmite incoherencias por los cuarenta canales de la estulticia.

Como no hemos visto su estrella, no nos ponemos en camino y así nunca llegaremos al lugar exacto para preguntar: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?”
¡Qué cerca anduvieron esos sabios de saberlo todo! Vieron la estrella. Hicieron el viaje en vía correcta. Llegaron donde tenían que llegar. Preguntaron. ¡Por Dios! Cuántas cosas no hacemos los “sabios” del siglo XXI.
No miramos si hay una estrella nueva.
No nos ponemos en marcha para ver qué significa esa estrella para nosotros.
No preguntamos por el niño que ha nacido.
No nos interesa ese niño, ni su madre, ni su historia.
No tenemos nada que regalarle a ese niño. Y si tenemos, nuestra tacañería aprieta las manos con fuerza.
En suma. Somos ciegos. De nosotros escribió Juan:
“La luz, luce en la tinieblas
pero las tinieblas no la recibieron…
Vino a los suyos y los suyos
no lo recibieron…” (Juan 1, 5; 1, 11)
Camino a Belén, los magos volvieron a ver la estrella y sintieron enorme gozo. Que en esta Navidad, veamos la estrella para que en el pesebre, donde los animales encuentran su alimento, hallemos al que dijo: “Yo soy el Pan bajado del cielo”. Y si el buey y el asno conocen a su dueño que yace entre las pajas (Isaías 1, 3) sepamos, los que estamos dotados de razón, que en la humillación y pobreza de este  niño, se nos revela Dios y la Sabiduría eterna e infinita, viene a iluminar las tinieblas de nuestro corazón y a llenar nuestro corazón de alegría. Pablo nos dice: “Cristo es nuestra Paz”.

Fotografía: El Rancagüino

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