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Chile

Pichilemu: Casi 50 años después conversamos con iquiqueño que pasó 5 años cumpliendo relegación forzosa en nuestra comuna

Fuente: www.pichilemunews.cl – 29.05.2022
– Como unos pocos pichileminos, conocimos de primera fuente vicisitudes de quien -antes de llegar obligado como relegado- estuvo en el Puerto de Pisagua, junto a cientos de otros chilenos, detenidos por el régimen militar que tomó el poder el 11 de septiembre de 1973.

Manuel Guillermo Jiménez Méndez a la sazón de 20 años llegó en tren a Pichilemu a fines de Febrero de 1974. Con un pequeño bolso con sus pertenencias, luego de preguntar por la Parroquia y el nombre del cura párroco se dirigió al lugar.
Ahí tras preguntar en la casa parroquial, le atendió el Padre Enrique Padrós Claret, quien desde hacía unos pocos años estaba como Cura Párroco.
Manuel Jiménez se presentó y contó desde dónde venía y que sin conocer su lugar de destino, recurría a él para que mediara en lo posible ante una persona que pudiera darle o ayudarle a encontrar un trabajo en el cual ganarse la vida en el largo tiempo que debía permanecer obligadamente y, donde cada cierto período de tiempo, debía reportarse y firmar en el Cuartel de la Tenencia de Carabineros.
Entendiendo la situación y pese a que era aún temprano como para buscar un lugar donde derivarlo, el Padre Enrique le ofreció a Manuel quedarse esa noche, para lo cual llamó a la señora que atendía los menesteres de la Casa Parroquial, indicándole que le llevara a una habitación y baño, al tiempo que le dijo que a las 20 horas era la cena.
Mientras la señora le daba otras indicaciones a Manuel, el Padre Enrique se ausentó y a minutos de las 20 horas estaba de regreso. Encontró a Manuel hojeando una revista en la amplia galería que daba a la calle Dionisio Acevedo.
– Estás listo para cenar le preguntó de entrada el sacerdote, a lo que respondió afirmativamente Manuel.
– Vuelvo enseguida, contestó el Padre Enrique dirigiéndose a su baño privado. A las 20 horas en punto, ambos estaban sentados a la mesa, en tanto la señora venía con una bandeja con dos humeantes platos de sopa. Y más tarde con plato de fondo.
Entendiendo la avidez de Manuel, el Padre Enrique comprendiendo o adivinando que quizás hacían casi seis meses en que el muchacho no apreciaba una sopa parecida o similar a la de su hogar desde donde había sido detenido, sin más cargo que ser dirigente estudiantil del liceo iquiqueño, el sacerdote evitó entablar conversación; mientras Manuel terminaba sus platos.
Fue tras ofrecerle un té o café, que el Padre Enrique sin mayores preámbulos le dijo: “Mientras te estabas acomodando me acordé de un compadre y fui directamente al negocio que tiene. Le expliqué tu situación y necesidad de trabajo, y él desde mañana ofreció tenerte y buscar un trabajo estable para tí y Dios mediante, en un tiempo tú puedas independizarte. Mientras ello ocurra, tu podrás ayudarle en el negocio …”. Y luego, agregó: “¿Te parece …?”, le espetó a un tanto aturdido interlocutor …
– “Claro que sí”, reaccionó Manuel, quizás con una interminable ola de dudas o sorpresa ante una solución momentánea surgida en menos de una hora desde que se había presentado ante el sacerdote.
Enseguida, el Padre Enrique -quizás para darle tranquilidad- le explicó que su compadre era el alcalde que había y que debió abandonar el cargo ante las órdenes de las nuevas autoridades.
Luego, le dio detalles que él había sido padrino de confirmación de uno de sus tantos hijos; agregándole que era más o menos de su misma edad y pronosticando que “quizás hagan buenas migas, ya que mi ahijado Eduardo trabaja ayudándole a mi compadre”.
Según Manuel, recuerda a la distancia que se tomaron dos o tres tazas más en medio de la conversación, donde “le conté algunos detalles de mi paso por Pisagua como de los detalles de mi detención. Al día siguiente, tras el desayuno me despedí y agradecí su hospitalidad y la gestión, al tiempo que él me daba las indicaciones de la dirección y nombre del negocio, a unas cuatro cuadras de la Parroquia”.

¿Y te costó encontrar el negocio?
“Nada, si estaba a menos de cuatro cuadras y a la hora que llegué estaba tu hermano Eduardo llenando la estantería con vinos y bebidas para el movimiento del día. Pregunté por tu padre y me respondió que en cualquier momento aparecía y que lo esperara, pues ya estaba instruido que vendría una persona de parte de su Padrino Cura.
Mientras esperaba, Eduardo me comentó que su hermano mayor había estado estudiando en Iquique. Ese eras tú, según recuerdo …”.

¿Cómo te recibió mi padre, hubo trabajo, te consiguió algo?
“Estuve unas semanas ayudando junto al Lalo en las cosas del negocio. Y finalmente, con un cliente del negocio -que era uno de los Jefes en un Aserradero (Millaco) cerca de Cáhuil- me consiguió pega. Era dura, sobretodo que yo antes no trabajaba y no sabía ni imaginaba cómo eran esas labores. Ahí estuve hasta fin de año. Y en el verano trabajé de garzón con don Filo Álvarez en el “Gringo Pobre” durante varias temporadas”.

¿Y qué recuerdas de esos largos y lluviosos inviernos pichileminos?
“Que caía mucha agua, puchas que llovía en esos tiempos …”, recuerda en tono de broma y acto seguido, agrega: “Pero lo más que recuerdo eran esas largas caminatas -que me hacían recordar el “tontódromo” de Iquique (las vueltas por el perímetro de la Plaza Prat vitrineando en las vueltas de las lolas que hacían lo mismo que nosotros)- pero en Pichilemu era desde el final de ¿Ortúzar? Hasta el final del Parque. Nos dábamos dos o tres vueltas conversando. Bueno, en realidad ustedes preguntaban y yo relataba mis peripecias en Pisagua …”.

¿Te recuerdas de amigos y conocidos de tu estada …?
“Claro que sí. Aparte de ustedes (Antonio, Patricio, y hermanas mayores, nombres que no recuerdo) a los hermanos Rolando y Bernabé Pavez, hermanos Patricio y Tito Galaz; hermanos Sandra, Chichi, Pitín y Jaime Isbej; a Clara Urzúa, Miguel Celis. De otros me acuerdo de sus caras, pero no de sus nombres …”.

¿Y de alguna anécdota junto a alguno de ellos?
“No es propiamente una anécdota, pero me llamaba la atención y causaba risa, que en los tiempos de la llegada de las colonias escolares o paseos de curso de fin de año que llegaban de Rancagua, San Fernando y otras ciudades de la región, algunos de mis amigos me invitaban a la llegada del tren y todas las espectativas en torno a las estudiantes que se hacían. Yo llegaba a buscarlos y hasta último momento se peinaban, perfumaban para -decían- impresionar a las niñas que venían en el tren a Pichilemu a pasarlo bien. Así y todo no siempre les resultaba”, acota con una sonrisa.

¿Qué puedes decir de tu regreso?
“Bueno, cuando finalmente pude regresar, alrededor de 1978 llegué a Santiago a un lugar para pedir apoyo en mi retorno a Iquique. Ahí se me ofreció irme a México, pero decliné esa posibilidad y finalmente decidí volver a mi tierra”.

¿Hubo reencuentro con otros iquiqueños que también fueron relegados?
“Sí, poco a poco volvieron muchos. Y nos reunimos la mayoría todas las semanas para conversar, compartir …”.
¿Y conocidos como él que nos contaste estuviste en Pisagua?
“Claro, el actual senador Jorge Soria -que para el ’73 era alcalde- participa regularmente de esas reuniones de camaradería ..”.

¿Cómo ves la situación, por ejemplo de los inmigrantes?
“Mira, por mi posición no debiera decir o contar lo que me pasó; pero igual, porque nunca pensé que me podía pasar. Hace poco tiempo venía de un sector cercano al centro -donde se celebra La Tirana chica- donde habíamos estado con varios amigos y venía caminando y a escasos metros de llegar a mi casa en un dos por tres cruzan dos o tres jóvenes y me arrebatan el celular que venía manipulando. No tuve tiempo de reaccionar y, quizás eso fue después de todo lo mejor; porque un vecino desde su casa grabó el lanzazo y arrancan. Al ver las imágenes que grabó el vecino que estaba fumándose un cigarrillo, constaté que eran jóvenes inmigrantes y entre ellos una mujer. No tenía más de 16 o 17 años y los cabros un poco más. Después de ese percance, no pienso lo mismo que antes sobre el fenómeno migratorio”.

¿Y en qué estás ahora …?
“Bueno, somos solo dos hermanos, yo y una mujer. Yo era el regalón de dos tías y éstas me dejaron una casa de dos pisos donde vivo y arriendo. La casa dónde ustedes estuvieron hace un rato preguntando por mí. Ya ven ustedes, aunque soy más joven que tú. Soy del año 1953 y ahora me dedico a descansar. Vivo en parte de la casa y todo lo demás lo arriendo”.

Encuentro
A estas alturas, debo contar que llegamos a Iquique con el nombre de la calle, muy cercana al centro comercial neurálgico de la ciudad. Nuestro hermano Eduardo, más cercano y quien hace años pasó por Iquique camino a Bolivia, recordaba solo la calle Ramírez (Eleuterio) y la altura más o menos. Y, tras visitar Humbestone y de regreso la Zofri, fuimos a la mencionada calle. Pasamos por el domicilio e, incluso uno de mis hijos aventuró señalando “me tinca que es esta casa”, una de un color bien poco usual, pero la descarté porque no estaba en la altura que teníamos como referencia.
Sin embargo, en la cuadra que consultamos nadie conocía al tal “Manuel o Manolo” Jiménez. Nos devolvimos a la anterior y cuando consultábamos en un local, el menor de mis hijos dice: preguntemos en esa casa colorida y sale una señora -que era peruana- y nos señala que ahí vive el dueño y de nombre Manuel, pero que no recuerda su apellido. Que en el Contrato está pero que lo olvidó. Nos agrega que en ese momento no está. Y ante nuestras explicaciones, que veníamos del sur y queríamos saludarlo, acepta llamarlo a su celular. Sin embargo, no respondió la llamada. Le sugerimos que tenga a bien en darnos el número y lo da y lo llamamos; pero tampoco responde. Finalmente, le decimos a la señora peruana que si llega le dé el nombre de quien le busca y desde el lugar que venimos (Pichilemu) y que volveremos a llamarle, para que sepa que el número desconocido pertenece al suscrito. Y nos despedimos.

Pasó poco más de una hora, cuando estando cenando nos llama Manuel. Y pregunta si efectivamente somos quien le buscaba. Y, como estábamos cenando después de un intenso recorrido, le invitamos nos acompañe. Le dimos las coordenadas y acepta venir …. Después de tantos años, la verdad que aquel enjuto joven que estaba en nuestros recuerdos ya no era tal. Más cuerpo, canas, bigote grueso y mascarilla; realmente estaba casi irreconocible. Y, yo a su vez, tampoco era el mismo, aparte que en la conversación me confundía con otro de mis hermanos y me volvía a preguntar mi nombre.
Le invitamos a cenar, pero declinó. “Yo ya estoy listo. Yo estaba a punto de acostarme cuando decidí llamarte de vuelta …”, nos dijo. Y agregó: “Sí les acepto un vinito …”, pero no había vino en el local, solo cervezas … y aceptó una de su preferencia.
Aunque no venía preparado, sacando de la mochila una botella de vino “Pichilemu” le entregamos el obsequio. La agradece, mira con curiosidad la etiqueta y dice: “Ahh, es verdad que se llama Pichilemu”. Y agrega: “La guardaré para una ocasión especial”.
Estuvimos ahí una hora más conversando y tras pedir la cuenta, lo llevamos a su domicilio y nos despedimos y agradecimos su voluntad de conversar y recordar en parte esa estada obligada en Pichilemu, que -después de todo- para él no fue tan traumática -aparte de estar alejado de su familia por casi cinco años- como a otros chilenos que tuvieron que desarraigarse violentamente de su entorno.
Esa experiencia la vivieron otros chilenos que, después de cumplir su relegación, optaron por quedarse en Pichilemu, la tierra que les acogió a ellos y luego a las familias que le siguieron y se radicaron hasta ahora en el “bosque pequeño” que -a un par que conocimos- les cobija hasta la eternidad.
No los identificamos por respeto, pues nunca conversamos de ello. A diferencia de Manuel, al que le dijimos que parte del propósito del encuentro era escribir sobre su pasada por nuestro territorio, lo que aceptó, como las fotografías que tomamos de él.
Una historia que difundimos en un día especial …..

Fotografías: Christian Saldías R.

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