
Fuente: www.pichilemunews.cl – 20.10.2023
-Oriundo del sector Convento Viejo, llegó el año 1943 a Pichilemu a trabajar buscando su destino. Su padre, un herrero, le había compartido sus conocimientos y él, por su parte, también tenía su talento y habilidades.
Don Luis González López -que en su juventud había trabajado como fotógrafo de cajón- había armado su Taller y fragua para el trabajo de forja, herrería y construcción de carruajes de tracción animal en la calle San Antonio, del sector El Bajo.
Fue a este lugar donde llega don Fortunato Silva, en el que estuvo hasta el año 1959 para tras esa decisión, instalarse en la calle Alcalde José María Caro Martínez. Ahí trabajó con otros dos artesanos: don Miguel Tapia “Tapita” y don Agenor López, quienes lo acompañaron en estas labores haciendo las mazas y las ruedas de maderas para luego colocarle las llantas de fierro que era la tarea del “Maestro Fortunato”.
Para conocer sobre estos detalles, recurrimos a una de las hijas menores de este artesano, quien nos señaló a una de nuestras consultas: “La especialidad de mi padre -aparte de puntas, arados, picotas y una serie de herramientas que usaban en el campo- era la construcción de mazas y ruedas de carruajes.
Cupido
¿Cómo es la historia de vuestro padre, llega de otra comuna, ya casado, con su señora o la conoce por estos lares?
Verónica sonríe y nos dice: “Te contaré según recuerdo, aunque no lo pongas textual, tú lo ordenas ….”.
Tras darle un orden a todo lo que se acordaba Verónica, donde nos pidió esperarla para conseguir algunos datos de parte de hermanos y hermanas, acá lo más reducido que nos fue posible:
Un día laboral, como tantos …., algo en el paisaje habitual lo distrajo. Enfrente del taller -en que estaba con su recia figura de forjador y artesano- pasó una joven campesina que, de vez en cuando era enviada por sus padres al pueblo a comprar provisiones y a cumplir con entregas de verduras y otros productos que cultivaban en el sector de Las Ramaditas, del Fundo San Antonio, en el que trabajaba su padre. Un día, pasó inocentemente cargando canastos con sus fragantes productos inundando el ambiente.
Quizás fue, precisamente la albahaca, el cilantro, el perejil, orégano, romero, lechugas. ¿O quizás fueron las “milagrosas” aguas de la vertiente de “Las Ramaditas” que tras un baño le daba un plus a la lozanía de esa muchacha, su figura, lo que hizo que don Fortunato levantara la vista?
O fue ¿acaso el Dios Eros quien se dio cuenta que esos muchachos eran el uno para el otro y envió rápidamente a su enviado -Cupido- y éste alentó a Fortunato a hablar a aquella muchacha ….?
Todo puede haber sucedido, el resultado es que aquella muchacha -Raquel López Gaete- suponemos que algo similar sintió. Paró su andar y escuchó a ese joven.
¿Qué cautivó el uno del otro?, ¿o fue un piropo, un halago …?
Difícil saberlo, pero lo cierto es que algo hizo Cupido, ya que de ahí nació una amistad que llegó al matrimonio. “Como debe ser …”, según decía mi abuelita Zoila …
En efecto, después de conocerse un poco, decidieron casarse con la bendición de sus padres y de la Santa Iglesia en el curso de 1944 …..
“El de 36 y ella de 24 …”, nos cuenta el conchito que resultó, Verónica, y que nos agregó: “De ese matrimonio nacieron nueve hijos: Hernán, Elena, Nelly, Rosa, Gloria, Hugo, Cecilia, Jorge y yo”.
¿Qué recuerdas de tus padres, Verónica?
“Lo que me recuerdo es que él era un padre muy respetuoso y delicado en su trato. Tenía un ritmo distinto al de mi madre, la que era corajuda, trabajadora y por supuesto él no cuestionaba nada, propio de su carácter. Tuvieron a mi modo de ver un buen matrimonio a la antigua eso sí, (ríe), y como consecuencia de ello lograron formar una familia de bien como se decía en esos tiempos”.
¿Alcanzaste a conocer de alguna afición, simpatizante de algún Club Deportivo quizás …?
“Si. Era simpatizante en esos años del Club Unión Pichilemu, como casi todos los “culateros” (1) lo eran. Me acuerdo de que jugaba a la rayuela y desplegaba su talento junto a don Segundo González y a don Belarmino Bustamante, que terminaron siendo consuegros, padre de nuestro querido cuñado Mario Bustamante QEPD”.
Y de tú señora madre, doña Raquel, ¿qué recuerdas?
“Algo importante, mi madre aparte de los quehaceres de la casa -como muchas mujeres de esos tiempos- hacía pan amasado y él todos los días se levantaba al alba a prender el fuego del horno de barro para cocer el pan. Y luego llevarlo calientito a la mesa de los vecinos. Era muy rico, tanto que tenían entrega en diferentes partes”.
Y don Fortunato, aparte de los fierros y jugar a la rayuela, ¿Qué más recuerdas de él …?
“A mi padre le gustaba mucho cultivar la tierra y tenía un lindo huerto con diferentes hortalizas que él decía que eran para el “gasto de la casa” y vendía una que otra lechuga o verdura. Así se entretenía mi viejito …
Ahora me recuerdo de otro rayuelero de esos tiempos, amigo de mi padre. Don Lorenzo Lizana que tenía un apodo que me hacía reír mucho, pero por más que trato de recordarlo ahora no lo consigo. Eran tan divertidos algunos alias o apodos que ponían a las personas. Acá en el barrio eran especialistas los chiquillos y adultos de “La Culata”.
Qué tiempos aquellos, había que pasar rapidito por ahí, porque tiraban cualquier talla a chicos y grandes … Así era mi Pichilemu, buenos para la talla, pero toda gente buena. Algunos desordenados, ¿pero dónde no los hay? …”, recuerda Verónica, con una sonrisa picaresca ….
¿Se acordó del apelativo o la risa es por otra cosa?, preguntamos.
“Sí, me acabo de recordar, pero me da cosa decirlo ….”.
Nosotros, respetamos su silencio. Puede que sea para mejor …
De pronto, Verónica se pone seria y dice: “Ahora que me acuerdo, mi padre tenía un coche y como él sabía hacerlos, construirlos, muchos otros pichileminos le mandaban a hacer las herraduras de los caballos, las ruedas que eran su especialidad”.
¿Hace mucho tiempo que ellos partieron?
“Mi padre falleció el 27 de enero de 1988 y mi madre le sobrevivió casi 30 años. Ella se fue un 25 de enero de 2018″.
Fotografías: Archivos “Pichilemunews”/Familia Silva López.
(1): De Culata, lugar en la punta en el sector El Bajo, donde confluyen la Avenida La Concepción y calle San Antonio, conocido como “La Culuta”. Y donde los adultos, juventud y hasta niños, se reunían allí, generalmente por las tardes, a contar historias, anécdotas, a crear apodos, y donde -en las noches frías- no faltaba una fogata que les permitiera pasar más tiempo compartiendo.
