
Fuente: www.pichilemunews.cl – Por: Manuel R. Pacheco Vargas – 26.08.2023
Nota del Editor: Este interesante artículo es de otro pichilemino destacado en diferentes ámbitos, quien hace unas semanas nos colaboró con este relato que da cuenta de sus inicios laborales, obligado por las circunstancias y, que, en todo sentido le ayudó a crecer como persona.
– Como taxista y vulcanizador. No se pasen rollos, no cuenta una historia como el guatemalteco Ricardo Arjona; pero aun así vale la pena leer el relato (quizás en otra ocasión se anima a contar otras experiencias en el volante), quien -tras haber sacado su título de Ingeniero Textil y luego ejercer por décadas, se “retiró”- para seguir trabajando en otras pasiones, las comunicaciones -en radio- y escribir de vez en cuando.
Para comenzar este relato quiero hacer un poco de historia, al contar que el primer Taxi que hubo en Pichilemu -de un pichilemino- fue un automóvil del año 1947 marca Pontiac, americano, motor de seis cilindros en línea, de propiedad de mi tío Sergio Pacheco Arzola. Un automóvil particular trabajado como taxi, y que tenía la gran particularidad de ser sólo de dos puertas, situación que hoy para un taxi sería inaceptable, amen; que los colores no correspondían a los reglamentarios exigidos hoy.
Habiendo nacido y crecido en mi natal Pichilemu y por circunstancias u oportunidades que nos ofrece la vida, me desempeñé como taxista en la época estival pichilemina de mediados de los años setenta. En la suma y resta fue una experiencia tremendamente beneficiosa en el crecimiento personal y en ganar la visión de vida desde una perspectiva diferente.
Ya siendo estudiante universitario en la Universidad Técnica del Estado (UTE) ahora Universidad de Santiago de Chile (USACH) y con motivo de la muerte de mi padre, tuve que asumir este oficio, el que conocía por actividades de la familia, pero no lo había ejercido. Se me presentó la oportunidad casi por obligación moral ya que veía a mi madre con el pesado compromiso de asumir en lo económico como consecuencia de la muerte de mi padre después de una larga enfermedad en una clínica privada en la capital.
Así las cosas, manos a la acción, aunque más bien dicho “manos al volante”, que se inició el primer día del mes de enero de 1976.
Esta linda experiencia, entretenida y hermosa para mí, que principalmente consistía en levantarse muy temprano para captar a los madrugadores viajeros a tomar el tren de la 7:00 horas. Y por la tarde muy atento al momento de gran demanda y en un periodo muy corto que se transformaba la llegada del tren, donde se competía con otros denominados en esos años, por el común de la gente “autos de arriendo”, que todavía no entiendo el por qué. Sin embargo, esa vorágine por un buen rendimiento y con la fuerza de la juventud, se transformaba en un buen resultado diario.
En el intertanto de la actividad con motivo del tren, nos estacionábamos en el Paradero que estaba asignado y ubicado en Avenida Ortúzar esquina de Pinto, donde a veces se transformaba en largas conversaciones con los “colegas“, y por qué no decirlo: un constante ”vitrineo” por el intenso paseo de tanta gente. Ahí también, tuve la oportunidad de conocer más detalladamente a personas como don Orlando Cornejo Bustamante que también en esos años, ejerció esta actividad y conversábamos de temas que, a mí, por mis estudios, me sirvieron como nexo en el conocimiento de la lana y su punto de vista práctico.
También, recuerdo haber tenido largas y entretenidas conversaciones con el dueño de la propiedad de esa esquina, sur poniente, cuyo origen era ruso. Su nombre no lo recuerdo; aunque entre los colegas le decíamos Don Otto”, del cual capté la forma y valores diferentes de enfocar la vida por ser de otra cultura y grupo etario. Decir también que la mayoría de los otros taxis que trabajaban en la temporada, eran provenientes de otras ciudades de la región e incluso de Santiago.
Por las noches la situación se transformaba en un constante rotar por los alrededores de locales nocturnos para captar pasajeros que en algunas ocasiones no iban en muy buenas condiciones después de entusiastas bailes y brindis, pero me resultaban como recurrentes clientes ya que en esas horas tenía muy poca y prácticamente nula competencia. Argumentaban mis colegas que no trabajaban de noche porque era “peligroso y tedioso”, el transitar de noche, ya que en esos años y en especial en la capital estaba de moda el asalto a taxistas, todo lo cual yo obviaba por el ímpetu de la juventud y por necesidad de hacer más efectivo mi trabajo que lo necesita y con inmediatez.
Lo tedioso y a veces desagradable, era tratar de bajar a lo pasajeros borrachos en su destino, ya que a lo menos se dormían en el auto y se molestaban si se les despertaba. Y otro tema era el disgusto que le causaba pagar si es que le quedaba algo de dinero. Respecto a los asaltos sufrí también una experiencia que a Dios gracias, resultó abortaba al darme cuenta a tiempo que esas eran sus intenciones. Hicieron pasearme por diferentes sectores de Infiernillo sin saber exactamente donde querían ir mis pasajeros, no podían ser la excepción ya que era el delito de moda en esos años. Todo esto lo consideraba gajes del oficio, ya que el objetivo que era cubrir las deudas; que se conseguía a plenitud.
Esta rutina se repitió durante tres veranos, hasta que egresado de mi carrera ingresé al mundo laboral por mi profesión y ya más estabilizados económicamente junto a mi madre, para hacer otra vida y a resignarnos por la pérdida tan temprana de mi padre teniendo aún un hermano estudiando.
Fue una linda etapa que creo que lo que más me dejó fue conocer la diversidad de personas, tan amplia a las cuales se logra conocer y en especial escuchar sus comentarios y anécdotas, que enriquecen en “tener mundo” como se dice, que tanto ayuda al sentido común del diario vivir. Raya para la suma: Entretenida actividad en un oficio que no me lo imaginaba y del cual capté lo bueno, que siempre me sirvió en mi desempeño en la vida profesional.
Todo este relato con respecto a la actividad de un taxista debutante joven de verano en un incipiente balneario pichilemino.
Vulcanización
Debo decir que también me correspondió trabajar en la Vulcanización que mi tío Sergio Pacheco Arzola, había instalado en Ángel Gaete casi Aníbal Pinto en la misma cuadra donde está el edificio consistorial de nuestra comuna de Pichilemu, hacia finales de los años ’50.
Aunque mis inicios de aprendiz fueron cortísimos ya que sólo empleaba mis vacaciones de verano para el trabajo, ya era alumno interno en el Liceo de San Fernando, en consecuencia; sólo dos meses me permitía trabajar. No obstante, rápidamente a la temporada siguiente ya era un “maestro” vulcanizador. Y, durante tres veranos seguidos trabajé allí -a cargo en forma interina- debido a la mala salud de mi padre y con solo quince años debía imponerme sobre el otro avezado trabajador y llevar el control del negocio.
Fue una experiencia inolvidable por dos razones: una, por lo pesado, duro y rudo de ese trabajo debido a que en aquellos años no existían la semi- automatización de hoy, en que las máquinas hacen la pega pesada y el operador sólo aporta el conocimiento y habilidad.
Recuerdo haber terminado la temporada con las manos en tal mal estado que me era imposible de meterla en los bolsillos, de guantes ni hablar ya que ahí no se conocían; y la otra razón de hacerla inolvidable, fue que por mi inmadurez me costó ser capaz de atender como clientes a algunos de mis profesores del Liceo San Fernando. Sentía real vergüenza, pues mi inmadurez me impidió entender que el trabajo por humilde que sea, éste no deshonra. Al contrario.
Mi edad infanto-juvenil y por mi vestimenta de trabajador; no muy bien presentada, ese primer año me hacía sentir incomodidad; pero en los años siguientes, esas sensaciones de incomodidad eran cosa del pasado, y por el contrario, hasta compañeros “hijos de sus papitos” venían como habituales clientes y nunca más me sentí incómodo, por el contrario orgulloso de aportar en vacaciones a la economía familiar.
Lo otro que más recuerdo de esos años es que el trabajo se me hizo más duro aun, debido a que en el país había escasez y por ende precios altísimos para los neumáticos nuevos, por lo tanto, obligaba hacer milagros con los famosos “callos” para poder dejarlos en condiciones aceptables de uso. Pese a que era un incremento al negocio, nos obligaba a quedarnos después de cerrar, por las noches a preparar con solo cuchillos manuales esos parches para los neumáticos más dañados. Además, como el camino era de tierra para llegar a Pichilemu, constituía el mejor aliado para los pinchazos de rueda que eran bastante común que se ocasionaran en el camino por esos años.
También, parte importante del negocio era la carga de baterías, ya que, por la pésima calidad en esos años, agregado a las condiciones de humedad del ambiente costero era muy común que se descargaran y nosotros ofrecíamos ese servicio.
Quizás, para las generaciones actuales resulte difícil comprender lo relatado ya que actualmente la tecnología es otra; tanto en los servicios como en los usuarios, pero así era, aunque parezca increíble.
Hay que decir que actualmente aún existe ese taller de vulcanización con más de 60 años de vida, pero con sistemas automatizados, a cargo de mi primo Héctor Luis Pacheco Urzúa y su equipo de trabajo, ahora instalado en la casa familiar de los Pacheco Urzúa en calle Manuel Rodríguez y Joaquín Aguirre, el cual no tiene mucha comparación con lo realizado en aquellos años y pasó a constituirse en el taller más antiguo de la ciudad en esa especialidad.
Atención con un “plus”
En la actualidad, lo destacable es que la Vulcanización ha tomado el estilo de mi primo Héctor Luis que es maestro tanto vulcanizador como artista plástico autodidacta. El cliente llega a un ambiente en que se combina el arte con el trabajo mediante la exhibición de múltiples cuadros creados por él usando los objetos que recurrentemente llegan en los neumáticos, como clavos, fierros, alambres y una cantidad increíble de elementos que ocasionan el pinchazo en los neumáticos.
De esta manera los clientes hacen amena su espera mientras observan diferentes obras, que me atrevo a decir que es única, ya que por lo general la gran mayoría de las vulcanizaciones en Chile, tiene la infaltable, reiterada y conocida “Bomba Cuatro” en sus paredes.
Esta diferenciación ha sido reconocida por diferentes visitantes -que lo han felicitado- y que ha permitido a que este autodidacta haya podido exhibir sus obras en diferentes lugares, como el Centro Cultural Ross en Pichilemu y Matucana 100 en Santiago, entre otros. Además de apariciones en reportajes en medios de comunicación -en medios escritos, radiales, digitales y TV- como también a nivel nacional.
El trabajo de la vulcanización siempre existirá con diferentes tecnologías, pero es necesaria por muy modernos que sean los vehículos, aunque hay que reconocer que, con el avance de la tecnología, cada vez está más desplazado por su baja ocurrencia como desperfecto automovilístico. Por ello, es que destaco lo visión que tuvo el tío Sergio, en iniciar un trabajo seis décadas atrás pensando que lograría su vida y desarrollo en un pueblo en aquellos años y hoy subsiste siendo una ciudad.
Fotografías: Propiedad del autor
