
Fuente: www.pichilemunews.cl – Por: Mario Isidro Moreno (*) – 08.11.2025
(Adaptación del poema de Jorge Robledo Ortiz)
Sofanor Cubillos, el arriero costino, se levantó al alba para preparar sus mulas y partir, desde su ranchito ubicado en los cerros que rodean Bucalemu, llevando su mercadería consistente, mayormente, en sal y cochayuyo.
El agua cristalina que rebasaba el lavatorio reflejó su rostro curtido por el sol y la brisa marina.
Secaba sus manos y su cara y, como un canto acompañado por la melodía del viento que a lo lejos golpeaba las rocas, y las olas que entonaban su gorjeo de espuma, rezó:
“Señor, escúchame…
Tú que me diste la sencilla alegría
de andar de madrugada en madrugada,
despertando caminos que llevan al mar
mientras sube a mis venas la tierra enamorada”.
La recua de mulas, ya debidamente cargadas, esperaban pacientemente que el costino terminara su café y su exquisito y fragante pan recién sacado del horno de barro, para iniciar la jornada, antes que el sol “picara” más fuerte.
También, Sofanor, en su oración, meditó:
“Tú, que encendiste el sol encima de mis mulas
y me diste una chupalla o un bonete
para aplacar sus rayos
y un rebenque trenzado de paisajes
y un pan honrado y un amor sincero,
¡Protege el transitar de mi sendero!”.
Las trochas polvorientas y curvadas recogieron las huellas del arriero y sus mulas, marcando la ruta que, abandonando lomajes salpicados de bosques, se adentraban en los paisajes de Paredones y Lolol.
Allí, cambian los panoramas y aparecen los dulzores de los frutos silvestres y los aromas de la floresta autóctona, lo que impulsa al mulero a cambiar su tono de plegaria:
“Tú, que haces florecer los espinos
y endulzas el maqui y el boldo
y me diste un alma campesina
y me hiciste simple,
con la inédita arcilla de los cerros.
Yo, sigo cada día tras las mulas,
proveniente del litoral de yodo
y de arenas que cantan y de olas que besan;
el costino no puede silenciar la alegría
porque allí, sangre y danza,
son dos ritmos que rezan”.
En Paredones y Lolol, la carga se alivia para las cansadas mulas y permite atesorar algunas “chauchas” en el monedero.
Pero la ruta aún es larga y los nombres del Huaico y Nerquihue, preceden al Alto de La Lajuela, sector famoso por su artesanía en la fabricación de sombreros y chupallas de paja y teatina.
Allí, entre la algarabía de algunos pequeños que observan cómo Sofanor, el arriero, comercia sus productos y adquiere algunas prendas artesanales para vender en Santa Cruz, el costino se da cuenta que no todo es alegría en los chiquillos y en algunos rostros se refleja la congoja.
Mientras reparte entre ellos unos pedazos de tortilla de rescoldo y unos trozos de queso de cabra y charqui, su alma se enternece y eleva una nueva oración nacida de su alma sencilla:
“Señor, si Tú me permites que yo hable como arriero
y bendiga la tierra con fe y con mansedumbre,
tal vez no haya más niños sin pan y sin juguetes
y no haya más hogares sin amor y sin lumbre.
Haz que, donde yo vaya,
no llore un pequeño ni haya un padre ausente.
Y, por fin, hazme Tu mensajero.
Que adonde llegue yo con mis mulas
sea la tierra buena.
Que si hay niños sin madre y sin juguetes
tengan, al menos, su ración de cielo”.
Bajando con sus mulas la cuesta de la Lajuela, Sofanor, el costino, sabe que un tramo más allá, le abrirá las puertas Santa Cruz, el final de su camino.
Comprende que su vida es ir y regresar, como el eterno ciclo de la luna o el sol; es el sino de su existencia, que le proporciona el dulce y agraz, sugerido en los versos del gran compositor colchagüino Raúl de Ramón:
“¿De qué le sirve al arriero
llegar al fin del sendero,
si no ha de encontrar en él
alegría ni consuelo?
Su consuelo está en la tropa,
en su eterno caminar,
y el crujir de los arneses
cantando en la soledad”.
El legado de los arrieros costinos vive en la memoria colectiva de la región y es un testimonio de la historia y la cultura de los pueblos que habitan la costa de la Sexta Región de Chile.
(*): Historiador, investigador y escritor santacruzano, radicado en Punta Arenas desde 1967.
Fotografías: Archivos de MIM
































































































