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Historia

Pichilemu: Las aventuras de un estudiante en Tren

Fuente: www.pichilemunews.cl – 02.11.2025

“Como muchos pichileminos, luego de estudiar en la Escuela Básica, mis padres decidieron enviarme a Santa Cruz para seguir mis estudios secundarios”, nos señaló el hoy destacado emprendedor y/o empresario en el comercio y rubro de cultivos marinos en Calbuco, de la X Región, el pichilemino Roberto Pavez Morales.

Nos contactamos alrededor de dos meses con este coterráneo -que tradujimos en un artículo sobre las actividades que está desarrollando; pero, a la vez, aprovechamos el contacto para invitarlo -si tenía alguna anécdota, alguna experiencia de sus viajes en tren cuando viajaba por sus estudios en Santa Cruz. Ello, en el contexto de la proximidad de los 100 años que ese medio de transporte llegó por primera vez a Pichilemu un 5 de enero de 1926.

La respuesta fue inmediata: “Pero claro que sí. Muchas …”, para enseguida contra preguntar: “Yo me preguntaría, ¿quién no las tiene?”.

Y, tras ese desafío de llevar una o más historias al papel, acá está una de ellas. Breve, pero que trasunta una vivencia que muchos -quizás se atrevan a rememorarla- ya que otros estudiantes de Pichilemu y de Marchigue, al menos, viajaban en el mismo tren …

“Se incendia el tren”

Roberto: “Bueno, cada domingo en la tarde viajábamos en el tren con destino a Santa Cruz para el lunes asistir al Liceo (o al Instituto Regional Federico Errázuriz, IRFE). Y, llegado el viernes de cada semana retornábamos a Pichilemu en la tarde, en el tren que salía de la Estación de San Fernando (y que combinaba con otro que venía desde Santiago al sur), llegando en la noche, nunca a la hora, alrededor de las 21 horas a destino.

Cuando arribó el tren a la Estación de Santa Cruz, en Paniahue, éste -como pocas veces- venía a la hora, cosa que para nosotros los estudiantes no tenía mucha importancia, pues no faltaba como matar la hora. Las tallas, las travesuras entre los estudiantes. Y por qué no decirlo, más de alguno aprovechaba de “tirar el anzuelo” a las estudiantes mujeres que también regresaban a pasar el fin de semana a sus hogares.

Ya en el tren que, en tiempos de estudios, siempre venía con asientos desocupados, aunque siempre buscábamos asiento donde ir en grupos, los más amigos o del mismo curso, eso duraba poco rato, pues los más cancheros se dispersaban en busca de seguir la conversación o a intentar iniciarla con alguna de las estudiantes. Y, por cierto, no faltaba el que tenía su “polola”.

Al mismo que nos comíamos a tallas, después de despedirla cuando se bajaba en su destino, antes de llegar a Pichilemu.

Todo parecía normal el trayecto, cantando a veces, gritando otros. Incluso otro con voz distorsionada le gritaba “el sobrenombre” de un rincón a otro; mientras los demás reían y el mencionado trataba de adivinar o descubrir al autor, lo que en algunos casos era peor, ya que si se levantaba de su asiento para encarar al que supuestamente grito su sobrenombre. Otro le gritaba de nuevo el sobrenombre desde otro lugar ….

Esta historia o anécdota de estudiante ocurrió más o menos el año 1982. Me recuerdo muy bien, ya que mis papás me matricularon en el IRFE y me pagaban Pensión en la casa de una familia amiga en el sector El Chanfle. Pese a que estuve solo ese año hice buenos amigos y compañeros de colegio, con los cuales seguimos en contacto. Después me enviaron al Liceo Darío Salas en Santiago.

En uno de esos viajes, en invierno, venía el tren hacia Pichilemu, cuando antes de llegar a Marchigüe se detuvo bruscamente. Muchas de las personas que iban de pie, no porque no tuvieran asiento, sino porque iban leseando o caminando de un lugar a otro, se cayeron o se fueron encima de otros pasajeros que iban sentados.

Nos inquietamos, ya que la causa -tras unos minutos en que el tren seguía detenido- empezamos a bajar y estirar las piernas, vimos que la máquina principal se incendió, pues el convoy iba con dos locomotoras.

Tras las averiguaciones con el Conductor, éste informó que el tren no proseguiría el viaje, en tanto no llegara una locomotora desde San Fernando.

Como eso significaría una espera de horas, los pasajeros que iban a Marchigüe empezaron a bajar sus pertenencias y emprendieron camino a pie por la línea férrea hasta la Estación, a un par de kilómetros a lo menos según recuerdo.

Después de llegar a la Estación, ante la incertidumbre de no saber exactamente cuánto se demoraría en reanudarse el viaje a Pichilemu, averigüé dónde había un teléfono público. Y me indicaron que, en un Restaurant muy conocido en la calle principal, pero ahora no recuerdo su nombre -y seguramente aún debe estar- estaba el único teléfono a esa fecha. Luego de saludar y sacudirnos el agua que estilábamos, solicité hacer una llamada telefónica a Pichilemu. La verdad que no me costó comunicarme con la Residencial de mis padres (San Luis). Ahí, le expliqué a mi papá (Luis Pavez Ortíz) la situación y si podía venir a buscarme ya que era incierta la hora de llegar a Pichilemu por lo ocurrido.

Mi padre dijo que no me preocupara y que lo esperara en el Restaurant, que iría a cargar de combustible el vehículo y se iba de inmediato. Sin embargo, tuvimos que esperar como tres horas que llegara mi padre, pues seguía cayendo agua con baldes. Y, pese a que el vehículo de mi papá era un sport wagon, de cuatro puertas, no nuevo, pero en buenas condiciones mecánicas, le costó subir los cerros y pasar la cuesta.

Mientras tanto, con la conversa resultó que el dueño conocía a mi padre y nos ofreció onces, al tiempo que nos arrimaron un brasero para hacer más agradable la espera. La mía y de mis amigos Iván Reyes, Abelardo Sepúlveda, Nelson González y Eduardo Arraño.

Varias personas más que viajaban con destino a otros sectores y a Pichilemu quedaron esperando la locomotora de refuerzo que ni supe a qué hora llegó a “rescatar” al tren que había tenido el siniestro. De hecho, cuando llegó mi padre a buscarme a mí y amigos, el tren aún esperaba la locomotora de apoyo….

Fue una experiencia inolvidable a mis 13 años y, por nuestra parte, llegamos a Pichilemu como a las 2 AM de la madrugada con un temporal de aquellos de antaño. Así que, imagínate como sufrió la máquina de mi padre, pero, así y todo, aunque con las ropas mojadas, llegamos con la satisfacción de estar junto a los seres queridos y comerse una rica comida preparada por la mamá, que con ansias esperaba a uno de sus hijos. Lo mismo, en cada hogar de mis compañeros”.

Fotografías referenciales: Archivos “Pichilemunews”.

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