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Juventud

PICHILEMU: EL TREN, LAS COLONIAS Y LOS AMORES DE VERANO


Fuente: www.pichilemunews.cl – Por: Ramón Lizana Galarce (*) – 25.10.2025
Para quienes viven alejados de la zona costera, visitar el mar constituye todo un sueño.
Allá por los años 70″s del siglo pasado los Colegios de Santiago, San Bernardo, Rancagua y San Fernando entre otros se planificaban durante todo un año recolectando los dineros necesarios para realizar ese viaje de ensueño, cual era, conocer el Océano Pacífico.

Fue así como surgieron las “Colonias” que llegaban a Pichilemu. Eran grupos de estudiantes de distintas ciudades que utilizaban para ello el tren en un trayecto inolvidable, experiencia que, aunque hayan pasado decenas de años aún permanecen grabadas en las memorias de quienes las vivieron.

La odisea de viajar en tren otorgaba un sabor especial para quienes habían convivido solamente en su ciudad sin haber salido nunca de ella. Y, asimismo, conocer el mar, sus playas, sus arenas plomisas y ese oleaje infinito que nace mar adentro y que aterriza frente a los pies del visitante que se encuentra frente a ellas. Todo un sueño que debía ser aprovechado al máximo, aunque los días nublados y los fuertes vientos del Sur se apropiaran del litoral.

La alegría comenzaba apenas se instalaban en esos vagones de asientos de maderas y otros que estaban forrados con una cuerina verde que por cierto otorgaban apenas un mediano confort al pasajero. Se organizaban en grupos jugando al “corre el anillo”, se servían sus meriendas, se contaban chistes, miraban el paisaje campestre por la ventana mientras sacaban sus cabezas para que el viento rozara sus rostros y por último formaban dúos, tríos y coros para cantar los temas musicales de moda de artistas consagrados como Leo Dan, Tormenta, Raphael, Leonardo Favio y los Ángeles Negros.

En  Pichilemu, se acomodaban en casas previamente convenidas ubicadas en Infiernillo, El Llano, El Bajo Estación y en la zona Centro. Durante el día había que visitar la playa, de preferencia La Caletilla y la playa Central correteando por la arena y metiéndose al mar hasta donde revienta la primera ola, siempre bajo la atenta mirada de sus profesores y de los salvavidas Jorge González “Montón de humo” y de Andrés Bozo “El chico André”.

La visita a la playa era mañana y tarde y después a esperar la noche para ir a bailar al local de  “El Rancagüino” en el sector de las duchas y vestidores de las terrazas.

Como si fuera un panal de abejas llegaban al local los lugareños, tales como “Chino” Álvarez, “Coco” Reyes, “Pato” y “Tito” Galaz, Rolando y Bernabé Pavez, Roberto Cordero, Miguel Celis, Mario Galarce, Omar González, Carlos “Pitío”, Fernando Pérez, Luis Arias, “Pepe” Miranda, Patricio Saldías y José “Pepe” Leiva entre tantos jóvenes pichileminos que acudían al local a conquistar a las chiquillas al son de la música del “Richard” Olivares que estaba dando los primeros pasos como cantante.

Alcanzada la medianoche, las “profes” ordenaban el retiro siendo el grupito de pichileminos los comedidos en acompañarlas hasta su hospedaje aprovechando ese tiempo para comprometerse e iniciar un romance que sería hasta que la muerte los separe.

Las motivaciones y los delirios por alcanzar el objetivo de conquistar alguna niña les llevaba a aceptar a muchos jóvenes como a Lucho y Jorge Leiva, a “Pitaluga” Herrera, a Mario Bichón, a Carlos Chano y a Bruno Pacheco a ser engatusados por el “Chino” Álvarez y “Coco” Reyes quienes los llevaban caminando hasta alguna casa de Infiernillo donde supuestamente había una “Colonia” indicándoles que cuando se abriera la ventana y ellos les llamaran, estos debían acudir porque todo estaba convenido y aceptado. Los Jóvenes se sentaban en la vereda, exceptuando el Carlos Chano que se paseaba de un lado a otro murmurando: “déjenme la profe a mí”, “déjenme la profe a mí”, esperando el ansiado aviso que nunca llegaba hasta que aburridos después de varias horas volvían hacia el Centro renegando y maldiciendo porque nunca les hicieron las señas. Al llegar a Chacabuco con Aníbal Pinto mayor sorpresa se llevaban al ver al “Coco” y al “Chino” fumando y conversando animadamente, percatándose con ello, que todo no había sido más que un embauque y que ellos habían aceptado enceguecidos por ese afán de conquistar a alguna de esas chicas estudiantes.

Eran amores de verano que concluían al mismo tiempo que las ‘Colonias” se retiraban a sus lugares de origen. Muchas veces esperanzados los pichileminos se subían al tren para acompañar a esos amores a sabiendas que en los túneles podían tomarle la mano y arrancarle un beso y por eso los enamorados viajaban desde Pichilemu hasta la estación de Colchagua, lugar donde se juntaban los trenes provenientes de San Fernando y Pichilemu, siendo ese el lugar donde las promesas de amor eterno llegaban a su fin, al tiempo que a través de las ventanas agitaban las palmas de sus manos en señal de un hasta siempre “baby”, mientras las máquinas arrastrando sus vagones se perdían en busca de sus estaciones terminales de San Fernando y Pichilemu.

(*): Profesor de Filosofía – Universidad de Concepción.

Nota: Formado en la casa universitaria penquista.

Fotografías: Archivo “Pichilemunews”.

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