
Fuente: www.pichilemunews.cl – Por: Jorge Aravena Llanca – 19.12.2020
Una mirada al pasado, al presente y al futuro, al ritmo de la emoción de la melodía del alma eterna y genial del Dios Ludwig von Beethoven.
Tres cortos y uno largo. Una octava de grandiosidad cuando se escucha desde el comienzo es una explosión revolucionaria que está en el nacimiento de la vida.
Ese 16 de diciembre de 1770 en Alemania, vino a nosotros el poeta que, como todos mis buenos y mejores amigos, murió de cirrosis hepática.
A todos les rindo pleitesías de héroes fieles a su tipo de humanidad por Elisa, la Novena, por Schiller cantando a la hermandad de la alegría, la vida y sus más nobles principios.
¡Alégrense los amigos míos! como las melodías en un piano forte. Hoy es otro día que justifica que somos humanos, que nuestra naturaleza es más bella, soberbia y que solo la música la salva, pues a Ludwig, no se le escapó de su generosa alma e hizo eterno el lenguaje del amor, copa a copa, como Teillier, de Rocka, Omar Khayyam, Homero, Aquiles, Neruda, Rubén, Martí, Verlaine, Poe, Mistral, Quevedo y cuántos de nosotros…
¡Salud por él y su eternidad! Por nosotros, como amigos, fieles, hasta la “Cirrosis”, bella palabra, de tan lindo apellido “Hepática” que es el canto de lo eterno de los bosques sedientos de crecimiento, cuya sabia es alimento de los creadores.
¡Por él! Y, ¿por qué no por nosotros? ¡Salud eterna querido amigo!
Fotografías: Archivos JALL
