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PICHILEMU: CUENTOS JUNTO AL BRASERO (4)



Fuente: www.pichilemunews.cl – Por: Ramón Lizana Galarce (*) – 05.01.2025

Sabido es que en plena temporada veraniega el pichilemino adopta nuevas actitudes quién sabe si por influencia del turista al cual pretende imitar, o porque la interrelación con ellos les inculca nuevos aires a su personalidad, actuando durante ese periodo con meros saludos rutinarios a sus coterráneos y dedicándose al pololeo y al baño en la playa como un turista más.

YA VA A LLEGAR EL INVIERNO …
En avenida Ortúzar con Manuel Montt se  encontraba el Bar “Bristol” de propiedad de Romita Polanco. Sus clientes pichileminos más habituales eran los servidores públicos y algunos comerciantes de esa época quienes solían juntarse para compartir los mediodías mientras le buscaban soluciones a un Pichilemu que no podía despegar económicamente porque los ingresos eran escasos en un verano que duraba apenas unos cuarenta días, y con recursos que había que hacerlos durar todo el largo y crudo invierno.
Allí se encontraba, Polanco, Vidal, Llanca, Díaz Jirón, Greene, Saldías, Díaz García y Álvarez en la puerta de la esquina del local viendo pasar a los veraneantes al tiempo que recordaban sus travesuras más inmediatas y sus cuentos inventados que ni ellos se los creían.

Por la misma vereda viene caminando la Carmen una distinguida señorita pichilemina con una provocativa minifalda roja, un suéter blanco que dejaba imaginar más de la cuenta, unas botas vaqueras blancas, su pelo negro al viento que caía sobre su espalda, sus cejas bien negras y en sus pómulos y labios un colorete rojo carmesí, al mejor estilo de la española Sarita Montiel.
Camina lento desde la puerta del Hotel City hasta la Casa Vidal. Los caballeros absortos en sus asuntos no le dan ni bola. Ella desde la Casa Vidal se devuelve y vuelve a pasar frente a ellos. Los señores nuevamente ni se inmutan ante su presencia. Alcanza hasta el Hotel City y vuelve para pasar frente a ellos llegando nuevamente hasta la Casa Vidal donde se detiene a mirar algunos enseres que se encontraban en la ventanilla. El joven Juanito que se encontraba parado en la puerta de la tienda, mirando de reojo, diligentemente le pregunta qué desea a lo que ella responde que solo estaba vitrineando. Vuelve de nuevo para pasar frente a ellos y lo mismo, ninguno ni se digna a mirarla. Desesperanzada la Carmen y ya adivinando que no estaban “ni ahí ” con ella y que no le harían caso a sus pasadas se vuelve hacia ellos y les dice: ” ya va a llegar el invierno viejos retamb….”, “a ver si ahí no me van a piropear”.

El grupo de amigos esta vez sí se volvieron a mirarla mientras reían a carcajadas, porque en tiempo de abundancia no se mira la escasez.

UN PASEO PARA EL RECUERDO
Fue al culminar el último año de básica en la Escuela Cardenal Caro cuando el curso en pleno aprobó un paseo a Chorrillos, lugar situado al norte de Pichilemu con la especial  característica que el mismo se realizaría a caballo para lo cual cada estudiante debería conseguirse su propio corcel.

El profesor Alejandro Flores muy animado trazó las líneas con los deberes que cada uno debía cumplir como la merienda y demás exigencias de precaución durante el trayecto. Los Padres Boggiolo, Padrós, Rojas Núñez y el mismo director Noceti animaban con expresiones amenas, la idea de que sería un viaje inolvidable para los alumnos que prontamente deberían emigrar en procura de continuar sus estudios en otros lugares como consecuencia de que el Colegio terminaría los cursos secundarios.

Llega el día y en O’Higgins con Chacabuco se concentraron más de 15 jinetes con sus respectivos caballos. Lamentablemente no todos consiguieron su animal, motivo por el cual algunos alumnos más avezados, sin medir las consecuencias, optan por ir hasta el sector “El Llano” donde pastaban muchos animales de los cocheros que dejaban a los mismos a su entera libertad, toda vez que el sector no era más que una sábana cubierta de pasto sin ninguna casa en más de unos 15.000 m2. Logran lacear unos cinco de ellos y los llevan consigo para entregárselos a quienes no habían conseguido obtener el suyo propio.
Todos a caballo, los hombres cargaron en las ancas a las compañeras de curso, iniciando un viaje por la orilla de la playa en un día despejado y muy soleado hasta el paradisíaco Chorrillos que contaba con una pequeña laguna salina y con una cueva que otorgaba la sombra necesaria para guarecerse del sol. El día pasó raudo entre los baños en la laguna, los cantos grupales, los distintos juegos y las comidas mientras se compartían los chascarros que acontecieron durante los años en que el grupo había convivido.
El sol anunciaba que se empezaba a esconder obligando al retorno. Se hizo lo propio montando a las compañeras en las ancas del caballo y a paso lento se inició el regreso. Un leve contratiempo en el camino fue que la boca de la laguna de Petrel comenzaba a abrirse debiendo pasar en fila india y con mucho cuidado.
Todo había resultado a pedir de boca, un día inolvidable que perduraría para siempre en las vidas de cada uno.

Eso fue lo que se creía hasta que se llegó hasta la Piedra del Pelambre.

Allí estaba todo el pueblo por decir lo menos. El alcalde y los regidores, los curas Bogiolo, Rojas Núñez, Padrós y el director Noceti, los padres y apoderados, y por supuesto los cocheros que habían sido afectados con sus caballos. Ahí estaban con sus rostros desencajados y el ceño fruncido los Cabrera, los González, los Vargas y los Martínez que reclamaban por el perjuicio que habían sufrido por la pérdida de sus animales exigiendo se les indemnizara por el día perdido de trabajar y por el abuso de confianza.
Después de consensuar las autoridades del Colegio con los cocheros, multiplicando las explicaciones y aduciendo que fue tan solo una travesura, la exigencia de que se les indemnizara fue suprimida quedando el enojo en el olvido, especialmente por los cocheros perjudicados.

El que no se salvó fue el profesor Alejandro Flores puesto que tuvo que asumir la responsabilidad como cómplice y con conocimiento de causa de la captura de los caballos, recibiendo una merecida reprimenda por parte del correctísimo Noceti.

CUANDO EL AMOR VIAJABA EN TREN
Hubo un tiempo en que el tren dejaba un carro en la a estación de Alcones por una razón bien simple cual era alivianar la subida de la cordillera de la costa hasta alcanzar Pichilemu, toda vez que en dos o tres vagones se podía trasladar a todos sus pasajeros.
De igual forma acontecía que en la estación de Colchagua los trenes que venían de San Fernando y los que salían de Pichilemu se encontraban en esa estación donde se hacían los intercambios de artículos, si ese era el caso, y de saludos y encargos entre los pasajeros que iban y venían desde las estaciones de origen señaladas.

Los jóvenes impetuosos ante el amor juvenil aprovechaban esa ventaja encaminando a esos amores furtivos a los puntos de encuentro de los trenes.
Entre esos casos, aconteció el de Juan de Pichilemu con la Elisa de Alcones los mismos que mantenían un romance puro y sincero.
En uso de esas posibilidades que le otorgaba el tren de ir y venir aprovechando la circunstancia de que se podía acompañarla hasta Alcones y luego retornar en el tren de la misma noche, sucedió que tanto él como muchos enamorados hacían lo propio con el firme propósito de mantener en profundidad la llama del amor.
Una tarde se embarcó en el tren la pareja de Juan y Elisa quien decidió ir a acompañarla hasta la estación de Alcones. Estando en Alcones se suben al último carro donde comienzan a conversar sobre su futuro y de las posibilidades de formar una familia. Todo iba de mil maravillas porque había un mutuo consentimiento entre ellos hasta que el pito del tren empezó a sonar. La Elisa se baja del vagón parándose en el andén y sacando un pañuelo blanco para despedirse mientras le lanza una multiplicidad de besos al aire. Juan levanta la ventanilla del vagón y de igual forma empieza a ondear también su pañuelo blanco en señal de despedida. Permanecen en esa posición durante largo rato mientras el tren avanza lentamente hasta perderse en la primera curva.
Por de pronto Juan saca la cabeza por la ventanilla y observa que el tren se había perdido en la curva y que su vagón aún no se movía. Allí cayó en cuenta que se había quedado varado en la estación junto con el carro que quedaba en resguardo en esa estación. Lo peor de todo fue que la Elisa había desaparecido del andén y en un pueblo como Alcones no había pensiones ni residenciales, razón por la cual, al enamorado no le quedó otra que acomodarse en el vagón lo mejor que pudo y soportar el intenso frío de la noche, hasta el día siguiente esperando el próximo tren.

Después de esa experiencia hay que aceptar que el amor mueve vagones y también los detiene.

(*): Profesor Universidad de Concepción

Nota: Formado en esa casa universitaria penquista. Fotografías: Archivo “Pichilemunews”/RLG

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