
Fuente: www.pichilemunews.cl – Por: Ramón Lizana Galarce (*) –16.02.2025
Nota del Editor: Nuestro colaborador nos ha solicitado que, ante el fulminante reclamo de un hermano de uno de los protagonistas de esta historia -que no fue mencionado originalmente- debió, a su vez, volver a conversar con uno de los protagonistas y principal informante. Éste, reconvenido, hizo memoria y reconoció el grueso error de su parte y se disculpó de la omisión.
Ahora, con las ideas más claras “rebobinó” la película. Y, para ser justos, nuestro colaborador volvió a escribir su relato incluyendo al no menos famoso Eugenio “Pitio” González Vargas, conocido ampliamente, acá y acullá.
Pare ser más justos aún, no solo en Chile, sino en otros países, pues, tras estas aventuras, a su innato talento de artista autodidacta, emigró a Santiago, donde aparte de formar familia con la profesora Margarita Palominos y tener dos hijos -ambos profesionales- estudió pintura con la destacada pintora Matilde Pérez en la Universidad Católica. Paralelamente, hizo cursos de joyería -en plata y lapislázuli- y como tallador en madera el arte de la policromía. Gracias a esta técnica que llegó a dominar, fue invitado permanente de la Feria Internacional de Artesanía que, por décadas, se organizaba en el Parque Bustamante, donde un par de veces lo visitamos.
¡Deuda saldada!, con la fecha original de su publicación.
Fue el año 1966 cuando Pichilemu se aprestaba a celebrar el centenario de su hijo ilustre José María Caro Rodríguez primer Cardenal de la Iglesia Católica chilena.
Una época cuando Pichilemu, más que hoy, debía resistir los fríos, los vientos, las lluvias y los días nublados que se prolongaban por tiempos que parecían eternos, sobre todo allá por las estaciones de otoño e invierno.
El escaso quehacer laboral obligaba a los lugareños a deambular por el pueblo en busca de un “pololito” para pasar el día asegurando con ello el “mastique” y el fiel acompañante como es el infaltable cañón de vino.
En una de esas, en un atardecer cualquiera se encontraron en las afueras del Restaurante “El Dante” de Rafael Cruz, el Ramón Becerra apodado “Gancho Ra” uno de los mejores en el arco de fútbol y también muy melodioso en el canto; el Javier Inzunza, “Chico Inzunza”, garzón de oficio y actor de veladas que había llegado de Santiago acompañando a su hermana que se había casado con Tito Menares; el Carlos Gómez apodado afectuosamente “Carlos Chunga” de oficio mariscador de orilla; Carlos González Tapia “Domínguez” sobresaliente jugador de fútbol del Club Arturo Prat y del sector del “Cañonazo”; Eugenio González Vargas apodado Eugenio “Pitío,” artesano y pintor autodidacta. Éste, fue el
primero en Pichilemu en crear figuras en miniatura utilizando los desechos del mar y pintando cuadros de lugares del balneario y Leoncio Bozo Becerra apodado “Nancho Bozo”, bicicletero de oficio y reconocido actor de las veladas del club Independiente de aquellos años.
El “Nancho Bozo” había escuchado que allá por el Norte había pega en las oficinas salitreras amontonando caliche y donde la paga era muy “re buena”. Ahí nomás les sobrevino el entusiasmo y sobre la misma al unísono dijeron: Y en que estamos, “vámonos pal’ norte” a ganar plata fácil y a montones. Con unos seis meses que le demos duro a la pega será suficiente para vivir un lustro sin necesidad de trabajar.
Sin más tardanza, al día siguiente subieron al tren de la mañana y emprendieron rumbo a Santiago llegando a mediodía a la Estación Central. Cruzaron Santiago hasta la terminal Norte y se embarcaron en un bus hasta Tal Tal.
Ya en Tal Tal, se las ingeniaron para llegar hasta la Oficina Salitrera “Alemania” administrada por un chileno de penosa imitación alemana. Venimos del Sur dijo “Nancho Bozo” y queremos aportar con nuestro trabajo y dinamismo al crecimiento de su oficina. Somos lo mejor que va a encontrar replicó “Domínguez”. Al “Carlos Chunga” no le salió palabra mientras “Gancho Ra” señalaba que desde el Sur eran lo mejorcito que iba a encontrar. El “Chico Inzunza” para no quedarse atrás, señaló que todos ellos eran materia prima requete contra probada para este tipo de trabajo. Eugenio “Pitío” la remató indicando que llevaban años en oficios similares trabajando a “puro ñeque” y que no había nadie que les hiciera el peso.
Me agradan, contestó el chileno hecho el alemán: “quedan contratados”. Acto seguido los llevó a una barraca de calamina toda aportillada donde no había camas ni colchones. Chuta comentó “Carlos Chunga”: “no era tan bravo el león como lo pintaban” con lo que quiso señalar el malestar por las condiciones que se les estaban presentando y que ellos habían imaginado harto mejores. Por ahí acotó “Domínguez”: echémosle pa’ delante nomás porque “hasta los gatos quieren zapatos” para animar al grupo de que bien valía la pena sacrificarse un poco ya que la buena paga era el objetivo por el cual habían llegado hasta allí. Pa’ no ser menos el Eugenio “Pitío” la remató con una para el bronce e hilando fino dijo que con tres días laburando y fijo que nos pasan a las casas de los administradores. Se acomodaron lo mejor que pudieron y al día siguiente salieron en grupo a la pega. Un capataz les proporcionó unas palas y azadones para escarbar el caliche y amontonarlos en rumas que más tarde un camión cumplía con el servicio de transportarlo.
“El caliche son sales de nitrato que deben su origen a la descomposición de las rocas, es decir es su costra que suele utilizarse en la construcción, la agricultura y en la extracción de yodo y nitrato. Se puede utilizar como fertilizante y con él también se pueden fabricar conservantes, explosivos y hasta fósforos. En el desierto del norte de Chile son verdaderos depósitos de sales de nitrato que se encuentran bajo la superficie y que se extrae mediante tronaduras con explosivos. Lamentablemente allá por 1913, Alemania creó el salitre sintético provocando la reducción de la producción a gran escala del nitrato natural en las oficinas salitreras del Norte de Chile originando un significativo daño económico al país”.
El trabajo era de lunes a sábado, desde el alba hasta el anochecer con leve descanso para servirse el “rancho” de mediodía. El sol abrazador de Tal Tal quemaba los cuerpos, pero había que aguantar porque a fin de mes vendría lo bueno con la paga.
El sindicato contaba con un pequeño comedor donde los domingos “Gancho Ra” amenizaba el descanso con todo tipo de melodías como tangos, valses peruanos, boleros y algo de Leo Dan, lo cual le encantaba a los peruanos y bolivianos que en su mayoría trabajaban ahí.
Llegó el primer fin de mes y todos en fila esperaron el primer sueldo. Los sobres con el dinero que recibieron no cubrían ni para pagar el retorno entre descuentos de pulpería, hospedaje y alimentación. Se miraron unos a otros y cacharon que estaban “topados” y no entendían por qué. Esto es una miseria dijo “Nancho Bozo”. Cómo no preguntamos cuánto nos iban a pagar señaló el “Chico Inzunza”. Yo no sigo ni un día más aquí remató el Eugenio Pitío”.
Decepcionados decidieron volverse a su refugio pichilemino saliendo uno a uno, muy calladitos y haciendo “perro muerto” en razón a que aún les quedaban pagos que arreglar con la administración.
“Carlos Chunga”, el “Nancho Bozo”, y el “Domínguez” se volvieron pal’ Sur. Eugenio Pitío” en tanto siguió sólo pal’ norte llegando a dedo a Arica. Luego pasó para Tacna y prosiguió su recorrido hasta llegar hasta Lima la capital peruana. De regresó se quedó unos años en Arica volviendo a Pichilemu después de un tiempo, cargado de “matute” y “chucherías”.
“Gancho Ra” y el “Chico Inzunza” decidieron viajar a dedo a Antofagasta hasta la oficina salitrera “María Elena” donde no fueron aceptados porque el administrador les habló clarito señalándoles que había sureños muy re buenos para sacar la vuelta. Eso sería todo le contestó “Gancho Ra” saliendo de la oficina sin saber para dónde cortar.
Continuaron entonces su travesía hasta Arica sin saber a qué. Allá lograron encontrar pega en una Panadería dedicándose a amasar la masa para fabricar el pan francés y las hallullas.
Haciendo pan no iban a amasar fortuna se dijeron y por eso después de unos meses y viendo que los buenos tiempos no llegaban, decidieron volverse a casita.
A dedo las emprendieron hasta La Serena, donde tomaron el tren que los llevaría hasta Santiago. “Gancho Ra” tenía un pase que se les entregaba a los familiares de los trabajadores de ferrocarriles pudiendo viajar sin pagar, cuestión que no era el caso de “Chico Inzunza” quien debió viajar debajo de los asientos como “polizón” cubierto con frazadas y escabulléndose del Inspector del tren que medio lo tenía cachado porque mucho se movía la frazada que lo cubría.
Juntaron las pocas monedas que les quedaban y se embarcaron en el tren hasta Santa Cruz y de ahí hasta la Isla de Yáquil en busca de Raúl Becerra hermano de “Gancho Ra” donde se quedaron por unos días.
Socorridos por Raúl Becerra salieron hasta la estación de Santa Cruz para volverse a Pichilemu más pobres que una rata y con la mochila vacía después de una travesía engañosa publicitada para los incautos de que por el Norte está “la papa” y donde sólo basta agacharse para recoger la plata.
(*): Profesor Universidad de Concepción
Nota: Formado en esa casa universitaria penquista.
