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Historia

PICHILEMU: CUENTOS JUNTO AL BRASERO (II Parte)

Fuente: www.pichilemunews.cl – Por: Ramón Lizana Galarce (*) – 15.12.2024

En las frías noches de invierno, cuando arrecia el viento del norte y las lluvias no descansan, la familia se reúne junto al brasero para calentarse y acortar la noche con alguna historia que mantenga atentos a sus integrantes. De vez en cuando la abuelita arroja algunas ramitas de palma al brasero, las mismas que fueron bendecidas el domingo de ramos para calmar las lluvias que a ratos se tornan más intensas. En ese ambiente aparecen los cuentos e historias que en algunos casos estremecen hasta los huesos y en otras causan una contagiosa risa al asistente.

PANCHOTE EL APOSTADOR
Un conocido personaje pichilemino apodado Panchote que trabajaba en la construcción, lo buscaron para ir a hacer una peguita al poblado de Cáhuil. Su trabajo consistía en levantar un muro el cual le demandaría varios días hasta concluirlo, motivo por el cual tendría que quedarse hospedado en algún lugar.
Al frente de la pieza que arrendó estaba el Restaurante Cáhuil, ubicado sobre la polvorienta calle principal, única del pueblo, y también uno de los escasos lugares donde podían servirse algunos tragos.
Escaso de monedas para saciar la sed el ocurrente Panchote llegó al local desafiando a los parroquianos a una singular apuesta: desafiaba a alguno de los presentes a que él sin ejercer ningún movimiento ni con su cuerpo ni manos le marcaba la cara a su contendor. El premio era un litro de vino tinto del chuico que estaba apostado en un extremo del mesón. Los parroquianos se miraron entre si reflexionando que era imposible que pudieran marcar la cara de alguien sin tocarlo. El Lucho, famoso por lo odioso mientras estaba con unas copas en el cuerpo aceptó la apuesta. Panchote exigió algunas condiciones para llevar a cabo la hazaña, como trasladarse a una pieza oscura, portar una vela, llevar fósforos y un platillo chico.
Y así fue como todos caminaron por la galería que daba a la pieza del fondo, la misma que estaba completamente oscura.  El Lucho encendió la vela colocando el platillo sobre la llama. Desde la puerta, Panchote lo guiaba expresando algunas palabras mágicas como: “alma que andai penando, acércate más pa’ acá”, luego proseguía con algunas palabras ininteligibles mientras el Lucho movía suavemente el platillo sobre la llama de la vela.
Al cabo de un cuarto de hora, Panchote le pide al Lucho que apague la vela y que se la entregue junto con el platillo. Acto seguido le pide que rece un “padre nuestro” para despedir el alma que habían llamado y que debía persignarse las veces que fueran  necesarias hasta que el alma se haya ido.
Cumplido el ritual todos vuelven a la Cantina esperando la llegada del Lucho, el mismo que después de unos minutos aparece con su cara marcada con el hollín que la vela había emanado hasta la parte inferior del platillo y que el Lucho mientras cumplía las órdenes de Panchote se había embetunado la cara mientras se persignaba una y otra vez.
La apuesta de Panchote había sido exitosa gracias al ingenio y la forma que había usado mientras engatusaba a su oponente. El litro de vino ganado duró menos que la apuesta ya que los pocos habitantes del pueblo por oídas habían llegado hasta el local debiendo compartir con todos ellos el premio de la apuesta.

LOS CHANCHITOS DE FERNANDO
A Fernando, distinguido personaje pichilemino se le había venido el invierno encima. Se le habían agotado los recursos recién concluido el verano y tenía que cubrir una emergencia dirigiéndose para el caso al local de Pedro Aldo, un buen amigo que se ubicaba en la avenida Ortúzar. Después de contarle su tragedia le pide pueda prestarle  $ 50.000 con el compromiso de honrar el préstamo en unos seis meses más, en razón a que estaba criando unos chanchitos y que ya estarían en edad para faenarlos en el tiempo indicado.
Identificándose con la tragedia, Pedro Aldo no dudó en otorgarle el préstamo, más aun considerando que el pago de la deuda estaba garantizado con la crianza de esos chanchitos.
Avanzaron los meses y todo transcurría con absoluta normalidad puesto que ante la pregunta de la crianza, Fernando no dudaba en contestar que todo iba “viento en popa”. Es decir, todo tranquilo asegurando que el pago del compromiso se realizaría en la fecha indicada.
Cómo en todo orden de cosas y como dijo Don Juan Tenorio “no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague”, llegó la fecha en que se debía honrar el compromiso. Pedro Aldo le pidió la paleteada a Don Pablo que tenía un carretón tirado por dos caballos y buscó dos muchachos de buena voluntad para que le ayudarán a cargar los cochinillos que a esa fecha ya debían tener su buen peso.
Emprendieron rumbo hasta la casa de Fernando, conversando como harían la distribución de los mismos arriba del carretón. Don Pablo, dueño del vehículo opinaba que dos podían ubicarse adelante y otros dos allá por el medio. El Luchin, uno de los ayudantes, metió la cuchara para opinar que era mejor maniatarlos y así podían encachar seis de una vez arriba del carretón. En eso estaban hasta que alcanzaron la casa de Fernando quien muy presto salió a recibirlos. Les invitó a pasar, a sentarse y a servirse un buen vinito con frutilla recién preparado. Comenzó la charla hablando de lo humano y lo divino pero nada de los chanchos y para el caso tampoco se escuchaba el gruñido de ninguno de ellos y menos había ni olores  ni corral tan propio de ese tipo de crianzas.
Transcurrida casi una hora y viendo que Fernando no se pronunciaba hubo que hacerle la pregunta de rigor: “bueno pues amigo Fernando, venimos a buscar los chanchitos”. Ah, los chanchitos, respondió. Ya están listos para despacho, vengan conmigo. Se levantaron todos como en caravana, al tiempo que Don Pablo le ordenaba al Luchín que metiera el carretón para hacer más fácil el carguío. Caminaban por el patio y no se veía ni un asomo de corral hasta que alcanzaron un montículo de piedras y ladrillos. Fue allí donde Fernando, después de remover alguna de ellas y levantar la más grandecita del lote y volcarla hacia un lado, deja al descubierto esos chanchitos o cochinillas de tierra al tiempo que les decía: “Ahí están los chanchitos, elijan ustedes mismos los más gorditos”.

El hombre Pedro Aldo no sabía si reír o enojarse puesto que había hecho todo un trámite para llegar hasta ahí y que le vengan a salir ahora con ese cuento. No les quedó más que subirse al carretón y volverse mientras maldecían al amigo Fernando por burlarse tan descaradamente del amigo Pedro Aldo. Por lo visto nunca existió corral ni crianza de chancho alguno, solo las cochinillas que se reproducen bajo las piedras y que cuentan con un caparazón dividido en siete partes.

CUANDO YO CANTO…. CANTO
En los veranos solían juntarse los amigos pichileminos, los mismos que en conjunto recorrían los distintos lugares bailables que daban vida a la noche. Estaba el Jorge, su hermano Ramón, el Kiko, el Renato, el Jano, el Tito y el Jaime. Ramón era muy respetado por ser buenos para los combos y siempre defendía a su hermano cuando este se metía en algún problema.
En una de las tantas noches acordaron realizar un rastrillo por las dunas que protegían del oleaje del mar, partiendo próximo al Hotel Rex en dirección a la mesa de las terrazas. La idea era asustar a las parejas de enamorados que gustaban ir a mirar la luna y sentir las olas del mar entre duna y duna.
Iban rastrillando el sector cuando de repente observan una pareja, la misma que al verlos se levantan y emprenden veloz carrera hasta el ala poniente de la Quinta Las Brisas en donde, desgraciadamente había un charco que almacenaba aguas servidas que emanaban de los baños. Ambos caen dentro quedando completamente pringados y llenos de mal olor, por lo que deben acudir hasta sus casas para bañarse y cambiarse de ropas.
El grupo después de celebrar el incidente ingresan a la Quinta a servirse un jarro de bilz con vino blanco y en eso estaban cuando aparece el Jorge con un cuchillo carnicero el mismo que clava en la mesa, desafiando al Jaime puesto que fue a él a quien acusaba de ser el causante de su huida y posterior caída al charco. El Jaime que también siempre andaba hediondo a combos debió contenerse porque estaba el Ramón al cual le tenía un gran respeto y por lo mismo le podía ir extremadamente mal.
Al no obtener respuesta Jorge se retiró echando chispas hasta el día siguiente en que los vuelve encontrar. Los amigos al ver la ausencia del Ramón le dicen al Jaime que le eche la choriá aprovechando la situación que ahora se veía favorable para él. Es ahí entonces cuando el Jaime le dice: “Ya po, échame la culpa ahora como lo hacías anoche, atrévete ahora …”. El Jorge al ver que no tenía a su protector solo atinó a decirle: “Sabís que más, yo cuando canto …, canto”,…. dejándole en claro que había sido en la noche anterior cuando estaba dispuesto a enfrentarse a combo limpio y no en ese momento como el Jaime pretendía.

(*): Profesor U. de Concepción

Nota: Formado en esa casa universitaria penquista.

Fotografías: Archivo “Pichilemunnews”.

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