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Cruce de Tren

Nota del Editor: Tal como hace unas semanas dejamos planteada la iniciativa de conmemorar -en el caso de nuestro medio- los 100 años de la llegada del primer Tren de pasajeros, invitamos a escribirnos y contar aquellas historias, experiencias y anécdotas en torno a este medio de transportes.

Bueno, hoy faltan exactamente 3 meses -90 días- para que esa fecha histórica se cumpla, y afortunadamente algunos -de miles que hicieron uso de ese medio de transportes- y que han aceptado a rememorar, publicamos la primera de las que nos han llegado.

Sábado y/o Domingo -esperamos- ir publicándolas.

Fuente: www.pichilemunews.cl – Por: Antonio Saldías González (*) – 05.10.2025

“¡Estoy flor!”

Estoy flor, papá. Flor es bien, muy bien. Marquitos “Mono de Palo” decía: macanudo, flor flor y también era llamado así. Bueno, esta digresión es por la respuesta que di a mí padre cuando llegó a verme al Hospital de Peralillo, hace más de cincuenta años luego del trágico choque de auto en que viajaba con el tren de pasajeros de San Fernando a Pichilemu en que perdió la vida una linda señora pichilemina, Amanda Moreno viuda de Espinoza y la pequeñísima de tres meses, Pérez Moreno.

Bueno, ya tenía una dosis de morfina, unas costillas fracturadas y estaba flor. Era como un nacimiento. Bien podría decir que estoy pisando los cuarenta del segundo tiempo.”

Esta somera nota aparece en mí libro, Cáhuil Sal’ AR de 2023. A propósito del centenario de la llegada del primer tren de pasajeros a la estación de Pichilemu, punta de rieles del otrora Ramal de San Fernando a Pichilemu en su viaje inaugural.

Hurgando en el baúl de amarcord creí necesario ampliar el contexto de este contacto en primer grado con “la parca”, una experiencia al límite.

Durante el año 70 me encontraba cursando la última promoción del cuarto año de humanidades, después de cinco años en el Liceo M. L. Amunátegui, acepté continuar estudiando y terminar ese ciclo en el Liceo nocturno DUOC. Fin de año y periodo de exámenes, todo bien. El último examen sería entre navidad y año nuevo, de modo que había espacio para viajar a Pichilemu y pasar la festividad con la familia, todo bien.

Tomado mí pasaje de regreso, abordé el tren de la tarde con destino a la capital. Sentado al lado de la ventana que daba al andén, espero el momento pronto de la salida cuando aparece un amigo de esa época y me hace señas para que descienda del tren, abro la ventanilla y me invita a viajar en el auto de su familia, que van a salir en un rato más y que ya lo habían autorizado para que lo acompañase.

Tomé el bolso y me bajé del tren e inmediatamente nos dirigimos a la casa de aquella familia, directamente, ni siquiera se me ocurrió avisar a mi gente el cambio de plan. Al abordar el automóvil vi que el número de pasajeros era mayor del esperado y me indicaron que subiera al centro del asiento trasero. La señora Amanda ya estaba posicionada detrás del copiloto y no quería pasar sobre ella, además yo quedaría en la ventana. Ella respondió que pasara nomás por encima, que dos de las otras personas descenderían en el cementerio y quedaríamos más holgados y yo estaría al lado de la ventana detrás del conductor, en medio otro menor (Ricardo), y así ocurrió minutos después. El viaje continuó con normalidad, todos cómodamente sentados. Adelante, el conductor, al centro del asiento, su pareja y la bebé en brazos y al lado de la ventana del copiloto aquel amigo.

La ruta de entonces era de tierra hasta el Estero de Lihueimo, antes, a la altura del pueblo de Peralillo corre paralela y al sur del tendido ferroviario hasta empalmar con el camino que conduce a la hacienda Peralillo de don Antonio Errázuriz, ahí se encuentra un cruce en sentido norte sur y luego la ruta toma dirección este oeste, paralelo y al norte de la vía ferrocarrilera. Ambos lados de la ruta tienen una cota menor, o bajo nivel respecto a la rieladura, de modo que había una rampla de cada lado del cruce. Había que parar y mirar antes de cruzar. La vista hacia el oriente no era posible dado a la existencia de una gran higuera perteneciente a la casa de la esquina sur este del cruce. El conductor debió adelantar el coche para tener visibilidad y con eso ya tenía la trompa del auto sobre los rieles y el tren a unos escasos cien metros, ¿qué hacer?, ya había puesto la marcha primera y poner marcha atrás tardaría más tiempo y el tren nos arrollaría, entonces aceleró a full confiando en alcanzar a pasar sin colisionar. ¡Mal!

¿Cuántas décimas de segundos estuvimos de lograr cruzar ilesos? No lo sabremos, lo que ocurrió es que el enganche de la locomotora (muela) impactó en la puerta trasera derecha, lugar donde yo quería ir y el que prefirió doña Amanda, donde rindió su vida. Quedó sobre mí, muerte instantánea. No fuimos arrollados, el impacto nos lanzó por el aire, una voltereta y quedamos sobre las ruedas en dirección poniente a oriente a un lado de la línea férrea y sobre un matorral de zarzamoras que amortiguaron la caída.

Quizás producto de la desesperada maniobra del conductor es que salvamos con lesiones de diversa gravedad, la mayoría de los viajeros. Al fallecimiento de la señora Amanda, se sumó la bebé Ximena. Dos valiosas pérdidas que sumieron en el duelo a innumerables personas.

El tren de pasajeros número 37 desde San Fernando a Pichilemu conducido por el maquinista Germán Ramírez se detuvo a unos cien metros del cruce y tanto el personal como pasajeros corrieron a prestar ayuda a los accidentados, los más comprometidos fueron derivados al hospital de Santa Cruz y a mí al hospital de Peralillo dado a no tener heridas aparentes, el daño eran unas costillas fracturadas las que con los cuidados, tratamiento y reposo fueron superadas.

Aparte de la eficiente atención del personal hospitalario, tuve un importante apoyo emocional de mí familia, mi padre que llegó junto a un grupo de vecinos pichileminos el mismo día del accidente. Ellos, cuando se enteraron que yo formaba parte de los pasajeros del auto no podían creer puesto que estaban convencidos que viajaría en tren. Consternados, esperaban que fuera una equivocación. La información de parte de carabineros y del personal de ferrocarriles contenía un detalle que alentaba su creencia, mi nombre aparecía con un error, era sindicado como Antonio Zaldivar, del mismo modo fue replicado en al menos dos periódicos de la capital.

También la infinita gentileza de jóvenes amigas de Peralillo, San Fernando que me visitaron cada día que permanecí en aquel hospital. Una visita diaria de extraordinaria amabilidad fue don Antonio Errázuriz quien fue también una de las primeras personas en acudir en socorro ya que estaba próximo al lugar en el momento del choque. Un día que por razones particulares debió ausentarse de Peralillo, pidió encarecidamente a su esposa que me visitara en su nombre. Igualmente, día a día el sacerdote cumplía religiosamente con una visita a todos los pacientes hospitalizados. Mención especial merece el médico director, don Orlando Leyton quien con su dedicación profesional permitió una rápida y efectiva recuperación. Muchísima gente a la que debo infinita gratitud.

Hospitalizado y con absoluto reposo por más de una semana fui dado de alta y retorné a Pichilemu para continuar la recuperación con un reposo relativo. Nunca llegué a ese examen, quedé pendiente para rendir en marzo, satisfactoriamente.

Para cerrar y por consideración a los otros accidentados, no he relatado los detalles de las lesiones sufridas de cada uno de ellos.

(*): Investigador, escritor pichilemino.

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